Emma ya tiene 4 meses. Ya no es un bebé que duerme la mayor parte del día, sino una bebota que ríe y sonríe, interactua, acaricia y reclama atención.
Y Joaqui está celoso. Adora a su hermana, pero a la vez se pone terrible y trata de llamar la atención cuando le hago cosquillas a Emma en el cambio de pañales, o cuando me siento un ratito a jugar con ella. Reclama tiempo en exclusiva, pero le cuesta muchísimo otorgar ese mismo espacio a su hermana.
Y a veces, tenemos que armarnos de paciencia y recordar que no es fácil para el, de ser único hijo, único nieto, y único sobrino, a pasar a compartir el cariño de TODOS, porque encima, tambien tiene dos primitas y un primito nuevos...
Por eso, y porque se que varias mamás que nos leen estan esperando el segundo embarazo, me pareció bueno compartir, y de paso tener un poco más presente, este excelente artículo de Carlos Gonzalez.
POR QUÉ TIENEN CELOS
Y Joaqui está celoso. Adora a su hermana, pero a la vez se pone terrible y trata de llamar la atención cuando le hago cosquillas a Emma en el cambio de pañales, o cuando me siento un ratito a jugar con ella. Reclama tiempo en exclusiva, pero le cuesta muchísimo otorgar ese mismo espacio a su hermana.
Y a veces, tenemos que armarnos de paciencia y recordar que no es fácil para el, de ser único hijo, único nieto, y único sobrino, a pasar a compartir el cariño de TODOS, porque encima, tambien tiene dos primitas y un primito nuevos...
Por eso, y porque se que varias mamás que nos leen estan esperando el segundo embarazo, me pareció bueno compartir, y de paso tener un poco más presente, este excelente artículo de Carlos Gonzalez.
POR QUÉ TIENEN CELOS
Los adultos sienten celos de sus rivales sexuales, y los niños sienten celos de sus hermanos. ¿Qué tienen en común estas dos situaciones para que generen reacciones tan similares que les damos el mismo nombre?
Los celos no son exclusivos del ser humano. En aquellas especies, como el león, en que el macho permanece junto a la hembra y protege a las crías, suele también ahuyentar a los posibles rivales. El macho que cuida a sus hijos transmite más fácilmente sus genes, siempre y cuando sus hijos sean realmente suyos y tengan sus mismos genes. Cuidar a los hijos de otro no sale muy a cuenta desde el punto de vista evolutivo. El gen de cuidar a los hijos se transmite mejor si va acompañado del gen de los celos.
La hembra no suele tener estos problemas. Sus crías son suyas, de eso no hay dudas, y lo que haga el macho en sus ratos libres le trae sin cuidado. Pero en el ser humano, la larguísima infancia de nuestros hijos hace recomendable contar con la compañía del padre. Si tu hombre empieza a tontear con otras, un día de éstos puedes encontrarte sola y sin ayuda para cuidar a tus hijos. En nuestra especie, tanto el varón como la mujer son celosos, y no les gusta que la persona a la que aman se fije en otros.
¿Y por qué los novios tienen celos, cuando aún no tienen hijos? No es un razonamiento consciente. No tienes celos porque piensas «si mi marido se marcha, tendré dificultades para llegar a fin de mes», lo mismo que no tienes hambre porque piensas «necesito mil ochocientas calorías para mantener en marcha mi metabolismo». Son sensaciones que surgen espontáneamente de nuestro interior y que nos obligan a hacer cosas.
Los celos entre hermanos obedecen a motivos similares: los niños necesitan la atención y los cuidados de sus padres para sobrevivir. Si los padres sólo atienden a uno y olvidan al otro, este último lo va a pasar muy mal. Por tanto, cuando nace un hermanito, la reacción lógica y normal es hacer lo necesario para recordar a los padres: «¡Eh, que estoy aquí!». Es decir, llamar la atención. La motivación no es consciente; el niño de tres años no piensa: «Tengo que volver a hacerme pipí encima, tener rabietas y tartamudear, para que así mis padres me hagan más caso. » No, lo que ocurre es que, a lo largo de miles de años, los niños que hacían esas cosas u otras parecidas han tenido más posibilidades de sobrevivir, y sus genes se han extendido por el planeta.
Los niños con celos muestran una curiosa mezcla de conductas. Se comportan como un bebé más pequeño para inspirar compasión, pero también les gusta comportarse como un niño más grande para demostrar que son mejores que el pequeño. Tratan a sus padres con una mezcla de cariño casi «pegajoso» y hostilidad. Muestran hacia el hermanito un cariño exagerado que bordea la agresión, como cuando le abrazan tan fuerte que casi le ahogan. Intentan a veces golpearle, o con más frecuencia ridiculizarle («no sabe hablar, se hace caca encima»). También pueden tener rabietas y accesos de ira, insultando y golpeando a los mismos padres cuyo afecto intentaban conseguir. Pueden parecemos conductas muy extrañas, pero en el fondo es lo mismo que hace un hombre cuando sospecha que su esposa se está interesando por otro: a ratos llorar y suplicar, a ratos intentar ser un esposo modelo, lavar los platos y colmarla de regalos; a ratos mostrarse atento y cariñoso, a ratos hacer reproches y montar escenas; intentar dejar en ridículo al rival, a veces agredir al rival e incluso a su esposa...
¿Por qué nos sorprende en los niños la misma conducta que veríamos como normal en un adulto? Se compara a veces al hermano mayor con un «príncipe destronado», suponiendo que la causa de los celos es la pérdida de los privilegios del hijo único. Llevada a sus últimas consecuencias, esta manera de pensar podría conducir a no hacer mucho caso a los niños, para que así no noten la diferencia cuando nazca el hermanito. Parece una barbaridad, pero Skinner propone algo parecido en Walden Dos: los padres no han de ofrecer a su propio hijo más cariño que a cualquier otro niño:
Nuestra meta es que cada miembro adulto de Walden Dos mire a todos nuestros niños como suyos, y que cada niño mire a todos los adultos como sus padres.
La gran ventaja de tener tan poco trato con los padres es que, si éstos mueren, el huérfano no los echa de menos:
¡Piense en lo que esto significa para el niño que no tiene padre ni madre! No tiene ocasión de envidiar a sus compañeros que si tienen, porque, prácticamente, no existe diferencia entre ellos.
Pero la causa de los celos no es el recuerdo de los privilegios perdidos. Los hermanos pequeños, que jamás han sido hijos únicos y que no han podido por tanto acostumbrarse a ser «los reyes de la casa», también tienen celos de sus hermanos mayores. El haber sido cubierto de mimos en los primeros años probablemente no aumenta los celos, sino que los disminuye, o más bien da al mayor la confianza suficiente para soportarlos.
Los celos suelen ser mayores cuanto menor es la diferencia de edad, porque el mayor todavía necesita lo mismo (brazos, mimos, compañía constante) que el pequeño, y por tanto la competencia es mayor. Los celos entre hermanos son totalmente normales, y es absurdo (y muchas veces contraproducente) pretender negarlos, reprimirlos o erradicarlos.
Podemos ayudar al niño celoso demostrándole nuestro cariño incondicional. Debe saber que no necesita mostrarse celoso para obtener nuestra atención, pero también debe saber que le seguimos queriendo aunque se muestre celoso. Podemos intentar encauzar sus celos hacia manifestaciones más positivas, ayudarle a demostrar lo grande y listo que es («Cuéntale a mamá cómo me ayudaste a bañar a Pilar. ¡Qué suerte tener a Juanito en casa; me ayuda muchísimo!»). Pero no podemos pretender o esperar que un niño no tenga celos. Eso sería antinatural.
Imagine que su marido se presenta en casa una tarde con una mujer más joven: «Querida, te presento a Laura, mi segunda esposa. Espero que seáis amigas. Como es nueva y se siente extraña, le tendré que dedicar mucho tiempo, espero que tú, que eres mayor, sabrás portarte bien y ayudar más en casa. Ella dormirá en mi habitación, para que me sea más fácil cuidarla, y tú tendrás una habitación para ti sólita, porque ya eres grande. ¿A que estás contenta de tener tu propia habitación? Ah, y compartirás con ella tus joyas, claro. » ¿No estaría usted un poquito celosa?
Extraído del libro "Bésame mucho - Cómo criar a tus hijos con amor", del pediatra español Carlos Gonzalez, Ed. Temas de Hoy, pág. 115
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