Nuestros hijos (hablando sobre las madres) se gestan en nuestras entrañas, están inmersos en nuestro interior, sintiendo lo que sentimos, viviendo lo que vivimos y al nacer, si ha sido un parto respetado y tal como está previsto en la naturaleza, ese ser humano creado por nuestro cuerpo célula a célula, es una parte de nuestro cuerpo que está fuera de nuestro cuerpo, es una parte del alma que habita nuestro cuerpo que ya nunca volverá a estar dentro nuestro, pero que reconocemos fuera de nuestro mismo cuerpo con el nombre de "hijo".
No querer al hijo es no querernos a nosotras mismas, no defender al hijo es no defendernos a nosotras mismas, no derramar nuestra comprensión sobre el hijo es no comprendernos a nosotras mismas, despreciarle a él es despreciarnos a nosotras, alejarlo de nosotras es alejarnos de nosotras mismas. Eso es la muerte no vivida, es la vida de un fantasma integrado socialmente y llamado "adulto" que sobrevive a la vida sin sentirla y sin vivirla porque ¿qué hay más cercano a la inmensidad y a la intensidad de la vida que esos seres a los que llamamos hijos?
Que en nuestra sociedad no hay instinto maternal ni paternal, es cierto. Lo tenemos metido desde hace millones de años en cada una de nuestras células, pero nos lo matan desde que nacimos con cada maltrato, con cada desprecio, con cada situación vivida en soledad, ya sea nuestro propio nacimiento hasta nuestros partos. Por eso no nos sale de las tripas y nos sale de la mente, como decía Hendrik.
Pero el institnto sigue estando ahí, latente. Lo sentimos en nosotras y lo observamos en nuestros hijos.
Esto contestó Tiavea a un post sobre el instinto maternal (y paternal) que Hendrik publicó en ACC.
Para reflexionar, no?
1 comentario:
Hola Jose, ayer me leí toda la discusión y claro que estoy de acuerdo con Tiavea! Muy bueno el debate ;-)
Besos!
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