Celebrar la Navidad con menos recursos económicos
La antigua costumbre de festejar las buenas noticias -compartiendo tradicionalmente buena comida y buena bebida- se ha ido transformando en una exagerada carrera por comprar objetos y regalos de todo tipo. Muchos de nosotros somos víctimas de una modalidad instalada de la que no sabemos cómo escapar. Compramos porque todos esperan recibir, porque corresponde, porque somos buenos padres, buenos hermanos, buenos hijos o buenos yernos. Compramos y nos endeudamos y dedicamos días enteros tratando de satisfacer posibles deseos ajenos. Paradójicamente, las crisis económicas como las que estamos viviendo, pueden acercarnos un lado positivo. Es verdad que la primera sensación es de escasez y limitaciones incómodas. Sin embargo, podemos convertir esta situación externa en una experiencia con matices interesantes. Si este año no hay tanta disponibilidad de dinero, no es necesariamente algo malo: Los encuentros entre seres queridos son gratuitos. La meditación o las propuestas para vivir entre adultos y niños alguna experiencia enriquecedora en términos espirituales, también son gratuitas. Conversar entre todos sobre nuestra realidad emocional, familiar, económica o financiera para decidir en conjunto cómo celebraremos las fiestas, nos puede ofrecer un grado de intimidad y acercamiento desconocido hasta entonces.
Todo lo que el dinero y el consumo tapa, la falta de dinero deja al descubierto. Es verdad que pueden aparecer miserias y egoísmos pasados, pero también podemos poner sobre la mesa las buenas intenciones para mejorar los vínculos. En estos casos, los niños serán los principales beneficiados. Porque no es verdad que los niños esperan juguetes. Los niños esperan ser amados. Si eso sucede, pueden comprender que esta vez no habrá regalos o que serán pocos, si en compensación recibirán propuestas afectivas diferentes.
Cuando nosotros fuimos niños, había menos consumo y menos disponibilidad de dinero que en la actualidad; y aún así recordamos momentos colmados de magia. Si pudiéramos relatar a los niños cómo vivíamos las fiestas, podremos lograr que los encuentros entre los seres queridos valgan la pena.
Por eso, en lugar de lamentarnos por todo lo que no podemos comprar en este momento, o bien si sentimos el hartazgo por tanto ruido y estrés; aprovechemos la oportunidad. Conversemos con los niños y escuchemos cómo imaginan ellos pasar las fiestas sin gastar dinero. Nos sorprenderemos de la creatividad y buena voluntad que los niños tienen para derrochar.
Todo lo que el dinero y el consumo tapa, la falta de dinero deja al descubierto. Es verdad que pueden aparecer miserias y egoísmos pasados, pero también podemos poner sobre la mesa las buenas intenciones para mejorar los vínculos. En estos casos, los niños serán los principales beneficiados. Porque no es verdad que los niños esperan juguetes. Los niños esperan ser amados. Si eso sucede, pueden comprender que esta vez no habrá regalos o que serán pocos, si en compensación recibirán propuestas afectivas diferentes.
Cuando nosotros fuimos niños, había menos consumo y menos disponibilidad de dinero que en la actualidad; y aún así recordamos momentos colmados de magia. Si pudiéramos relatar a los niños cómo vivíamos las fiestas, podremos lograr que los encuentros entre los seres queridos valgan la pena.
Por eso, en lugar de lamentarnos por todo lo que no podemos comprar en este momento, o bien si sentimos el hartazgo por tanto ruido y estrés; aprovechemos la oportunidad. Conversemos con los niños y escuchemos cómo imaginan ellos pasar las fiestas sin gastar dinero. Nos sorprenderemos de la creatividad y buena voluntad que los niños tienen para derrochar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario