Acabo de recibir el Newsletter de septiembre de Laura Gutman, y me asombré y alegré al mismo tiempo cuando leí que lanza un nuevo libro en octubre!!
Solo con el título promete muchísimo: Mujeres Visibles, Madres Invisibles... para pensar, verdad?
Aquí, una reseña del libro extraída de su página, y a continuación el Newsletter de Septiembre, que es un extracto del nuevo libro.
Las personas vivimos encerradas en nuestros dramas personales, creyendo que deberíamos encontrar una solución. Paradójicamente, esas supuestas soluciones no aparecerán si continuamos pensando aisladamente y desde un único punto de vista. Esa lente por la cual miramos y creemos comprender el estado de las cosas es el resultado de un sistema de ideas para adaptarnos a una determinada sociedad, época o cultura. Es decir, no son buenas ni malas, simplemente sirven o no sirven para sobrevivir. En todos los casos, recordemos que nuestra visión será acotada, fraccionada y relativa.
Estamos atravesando una época especial y somos las mujeres quienes tendremos que asumir la reciente revalorización de la energía femenina integrada. Ojalá seamos capaces de abandonar el autoritarismo desgastado y las ideas preconcebidas del pasado y logremos saltar al vacío, aunque no sepamos qué es lo que nos espera del otro lado.Justamente, abandonar los prejuicios, dejar de repetir las mismas frases que hemos escuchado hasta el cansancio, atrevernos a pensar en libertad -cada uno a su manera y con el compromiso emocional de buscarse en concordancia con las realidades internas- nos permitirá llegar a conclusiones, aciertos, propuestas y desafíos diferentes. Y así, tal vez, elevar el pensamiento a favor de los intercambios amorosos esperando mayor confort en las relaciones personales. A diferencia de mis libros publicados con anterioridad, que necesitan el seguimiento teórico y el respeto de un cierto orden para abordar la complejidad de las ideas, con el presente libro “Mujeres visibles, Madres invisibles” nos podemos permitir más libertad para leer.
Esta es una recopilación de ideas, artículos, notas, pensamientos y anhelos publicados en diversas revistas españolas, entre ellas “Mente Sana”, “Única”, “Tu Bebe”, “El Mueble Niños” y “Lecturas”, y tiene el propósito de llegar al lector de un modo sencillo, pudiendo leer de atrás hacia adelante, o sólo algunas partes, o como nos resulte útil o revelador.
Es mi deseo que las mujeres y los varones encontremos “algunas puntas del ovillo” para desandar nuestros propios caminos, a veces rígidos, amenazantes, sufrientes o negados; y asumamos la responsabilidad de conocernos más e interrogarnos más, a favor de quienes dependen de nuestro equilibrio emocional para su propio desarrollo.
Aquello que decimos
Los niños creen en los padres. Cuando les decimos una y otra vez que son encantadores, que son los príncipes o princesas de la casa, que son guapos, listos, inteligentes y divertidos, se convierten en eso que nosotros decimos que son. Por el contrario, cuando les decimos que son tontos, mentirosos, malos, egoístas o distraídos, obviamente, responden a los mandatos y actúan como tales. Aquello que los padres -o quienes nos ocupamos de criar- decimos, se constituye en lo más sólido de la identidad del niño.
Los niños no tienen más virtudes unos que otros. Ahora bien, el niño no suficientemente mirado, mimado, apalabrado y tomado en cuenta por sus padres, dará mayor crédito a sus discapacidades. Y sufrirá. En cambio el niño mirado y admirado por sus padres, amado a través de los actos cariñosos cotidianos, contará con una seguridad en sí mismo que le permitirá erigirse sobre sus mejores virtudes y al mismo tiempo reírse de sus dificultades.
Si nos damos cuenta que nuestros hijos sufren, si tienen la auto estima baja, si tienen vergüenza, si se creen malos deportistas, malos alumnos, o que no están a la altura de las circunstancias, si les cuesta hablar, relacionarse, jugar con otros, si suponen que son lentos, o si son víctimas de las burlas de sus compañeros; nos corresponde accionar a favor de ellos, ya mismo. Lo peor que podríamos hacer es exigirles que asuman solos sus problemas.
Podemos nombrar aquellas virtudes, recursos o habilidades que el niño sí dispone como individuo. Por ejemplo, que es un niño que siempre dice la verdad. Que nunca traicionaría a un amigo. Que es incapaz de lastimar a otro. Que observa y comprende a los que sufren. Que es generoso y tolerante. Decirles a los niños que son hermosos, amados, bienvenidos, adorados, nobles, bellos, que son la luz de nuestros ojos y la alegría de nuestro corazón; genera hijos seguros, felices y bien dispuestos. Es posible que las palabras bonitas no aparezcan en nuestro vocabulario, porque jamás las hemos escuchado en nuestra infancia. En ese caso, nos toca aprenderlas. Si hacemos ese trabajo ahora, nuestros hijos -al devenir padres- no tendrán que asumir esta lección. Porque surgirán de sus entrañas con total naturalidad, las palabras más bellas y las frases más gratificantes hacia sus hijos. Y esas cadenas de palabras amorosas se perpetuarán por generaciones y generaciones, sin que nuestros nietos y bisnietos reparen en ellas, porque harán parte de su genuina manera de ser. Pensemos que es una inversión a futuro con riesgo cero. De ahora en más… ¡sólo palabras de amor para nuestros hijos! Gritemos al viento que los amamos hasta el cielo. Y más alto aún. Y más y más.
Los niños no tienen más virtudes unos que otros. Ahora bien, el niño no suficientemente mirado, mimado, apalabrado y tomado en cuenta por sus padres, dará mayor crédito a sus discapacidades. Y sufrirá. En cambio el niño mirado y admirado por sus padres, amado a través de los actos cariñosos cotidianos, contará con una seguridad en sí mismo que le permitirá erigirse sobre sus mejores virtudes y al mismo tiempo reírse de sus dificultades.
Si nos damos cuenta que nuestros hijos sufren, si tienen la auto estima baja, si tienen vergüenza, si se creen malos deportistas, malos alumnos, o que no están a la altura de las circunstancias, si les cuesta hablar, relacionarse, jugar con otros, si suponen que son lentos, o si son víctimas de las burlas de sus compañeros; nos corresponde accionar a favor de ellos, ya mismo. Lo peor que podríamos hacer es exigirles que asuman solos sus problemas.
Podemos nombrar aquellas virtudes, recursos o habilidades que el niño sí dispone como individuo. Por ejemplo, que es un niño que siempre dice la verdad. Que nunca traicionaría a un amigo. Que es incapaz de lastimar a otro. Que observa y comprende a los que sufren. Que es generoso y tolerante. Decirles a los niños que son hermosos, amados, bienvenidos, adorados, nobles, bellos, que son la luz de nuestros ojos y la alegría de nuestro corazón; genera hijos seguros, felices y bien dispuestos. Es posible que las palabras bonitas no aparezcan en nuestro vocabulario, porque jamás las hemos escuchado en nuestra infancia. En ese caso, nos toca aprenderlas. Si hacemos ese trabajo ahora, nuestros hijos -al devenir padres- no tendrán que asumir esta lección. Porque surgirán de sus entrañas con total naturalidad, las palabras más bellas y las frases más gratificantes hacia sus hijos. Y esas cadenas de palabras amorosas se perpetuarán por generaciones y generaciones, sin que nuestros nietos y bisnietos reparen en ellas, porque harán parte de su genuina manera de ser. Pensemos que es una inversión a futuro con riesgo cero. De ahora en más… ¡sólo palabras de amor para nuestros hijos! Gritemos al viento que los amamos hasta el cielo. Y más alto aún. Y más y más.
Extracto de un artículo del libro “Mujeres visibles, madres invisibles” de Laura Gutman
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