El abuso sexual es un delito. Sucede cuando alguien con más poder somete a otro más débil, haciendo algo que el más débil no quiere, con el único objetivo de satisfacer aquello que el más fuerte sí quiere. En nuestra civilización, el abuso está presente en todos los ámbitos. El abuso específicamente sexual, es una forma más: ni la única ni la peor. A mí me llama la atención que nos sorprendamos tanto cuando aparece periódicamente en los medios de comunicación, algún que otro caso resonante tanto como el aparente “revuelo” que causa en la opinión pública, como si no fuera un hecho banal, cotidiano, y que nos atraviesa en alguna medida, a todos. Los abusos sexuales están presentes dentro de las relaciones afectivas familiares. Con increíble frecuencia, se trata de un adulto que somete a un niño, intramuros. ¿Por qué los adultos haríamos algo así? Se trata de desesperación primaria. El abuso –sexual o emocional- sigue la misma línea del orden “dominador-dominado”. Simplemente hay modalidades aprendidas desde la primera infancia que luego se perpetúan: es la necesidad infantil de consumir amor, afecto, cuerpo, ternura, o lo que sea con tal de no seguir soportando el vacío. Los abusos no los cometemos las personas de mente atormentada. No. Somos personas como casi todos, un poco más hambrientos o un poco más necesitados de amor. Al fin y al cabo lo único que hacemos es tratar de nutrirnos. El niño se convierte en nuestro bocado perfecto. Nuestra capacidad emocional se estancó durante nuestra niñez. Ahora vivimos dentro de un cuerpo de adulto pero tenemos organizadas las emociones como si fuéramos niños hambrientos. ¿Los abusadores nos damos cuenta que estamos haciendo algo malo? Depende. Podemos percibir que es una relación socialmente condenable. Pero honestamente, también es condenable que nuestra infancia haya sido horrible y que nadie se haya ocupado de nosotros. ¿Qué es lo que está bien y qué es lo que está mal? Desde nuestro punto de vista de adultos con emocionalidad de niños…sólo tratamos de satisfacer nuestro vacío. Intentamos amar y ser amados, confiamos en que lograremos saciar años de soledad y por otra parte hay un cuerpo blando de niño que está disponible. ¿Pero acaso no es algo aberrante? Por supuesto que las consecuencias para el niño son nefastas. Sin embargo es preciso que comprendamos las dinámicas completas. Porque rasgarnos las vestiduras proclamando que el abuso sexual es algo horrible e inhumano y que todos los violadores tienen que ir a la cárcel, está muy bien pero no sirve para nada. Miremos de frente la realidad. Mucho más espantoso es el desamparo cotidiano e invisibleque hemos vivido siendo niños, y que nos ha obligado a arrojarnos en brazos de quien sea, buscando amor. ¿Qué pasa cuando los niños que hemos sufrido abusos sexuales nos convertimos en adultos? Es posible que recordemos el abuso sexual como una experiencia terrible, pero lamentablemente no tendremos conciencia de laentrega de nuestra madre o de quienes tenían que cuidarnos. Al contrario, nos convertiremos en los más firmes defensores de quienes nos lanzaron a la fosa de los leones. Por supuesto, el niño nunca es responsable. El adulto siempre es responsable. ¿Qué podemos hacer ahora? Encarar una indagación honesta y dolorosa sobre la propia sombra -es decir sobre el alcance real de las experiencias que hemos sufrido desde la primera infancia- caso contrario, seremos reproductores involuntarios de más abusos.
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