Paradójicamente, no hay nada más saludable que enfermar. Siempre y cuando estemos dispuestos a comprender cuál es el significado esencial de la enfermedad. Toda enfermedad es expresión del alma, por eso nos compete comprender el lenguaje de los síntomas. Caso contrario, pretenderemos suprimir el síntoma pero entonces nos quedaremos sin los mensajes más directos y claros de nuestro propio ser interior. No sirve matar al mensajero. Los mensajes -aunque no nos gusten- nos indican por donde tenemos que continuar el camino.
¿Acaso no hay que luchar contra las enfermedades? En verdad, sería ideal no combatir ninguna enfermedad, sino por el contrario comprenderla, ya que eso que se manifiesta en el cuerpo es reflejo de una parte de nosotros mismos. Claro que no es fácil. Por algo el dolor, la rabia, un obstáculo o un miedo insuperable no los hemos podido admitir en el pasado y lo hemos “relegado a la sombra”. Pasa que luego, eso que nos pasa vuelve a aparecer pero esta vez en el plano físico. Se hace visible. Se presenta bajo la forma de enfermedad en el cuerpo. Nuestra reacción automática será la de volver a rechazarla como si fuera algo que no nos pertenece. En esos casos, anhelamos tanto no enfrentarnos con esa porción de realidad, que creemos que suprimiendo el síntoma, desaparecerá el dolor emocional. Lamentablemente eso no sucede, sino por el contrario queda rezagado y se hace presente una y otra vez, incluso convirtiendo a la enfermedad en una dolencia crónica.
¿Pero entonces no es necesario atender la enfermedad corporal?. Sí, claro que vamos a tratar de disminuir el síntoma. Pero tengamos en cuenta que la supresión del síntoma no significa curación. Tenemos dos desafíos: aliviar el dolor por un lado y -además- formularnos aquellas preguntas que no tuvimos la fortaleza de plantearnos en el pasado. Preguntémonos qué nos impide y qué nos impone esta enfermedad y constataremos la alineación perfecta entre nuestro ser esencial y el síntoma. Esta investigación amorosa para vincular nuestro “yo interno” con nuestro “yo externo” requiere cierto entrenamiento, pero a medida que las piezas encajen con lo que sabemos que nos pasa, será un ejercicio cada vez más tangible.
¿Acaso no hay que luchar contra las enfermedades? En verdad, sería ideal no combatir ninguna enfermedad, sino por el contrario comprenderla, ya que eso que se manifiesta en el cuerpo es reflejo de una parte de nosotros mismos. Claro que no es fácil. Por algo el dolor, la rabia, un obstáculo o un miedo insuperable no los hemos podido admitir en el pasado y lo hemos “relegado a la sombra”. Pasa que luego, eso que nos pasa vuelve a aparecer pero esta vez en el plano físico. Se hace visible. Se presenta bajo la forma de enfermedad en el cuerpo. Nuestra reacción automática será la de volver a rechazarla como si fuera algo que no nos pertenece. En esos casos, anhelamos tanto no enfrentarnos con esa porción de realidad, que creemos que suprimiendo el síntoma, desaparecerá el dolor emocional. Lamentablemente eso no sucede, sino por el contrario queda rezagado y se hace presente una y otra vez, incluso convirtiendo a la enfermedad en una dolencia crónica.
¿Pero entonces no es necesario atender la enfermedad corporal?. Sí, claro que vamos a tratar de disminuir el síntoma. Pero tengamos en cuenta que la supresión del síntoma no significa curación. Tenemos dos desafíos: aliviar el dolor por un lado y -además- formularnos aquellas preguntas que no tuvimos la fortaleza de plantearnos en el pasado. Preguntémonos qué nos impide y qué nos impone esta enfermedad y constataremos la alineación perfecta entre nuestro ser esencial y el síntoma. Esta investigación amorosa para vincular nuestro “yo interno” con nuestro “yo externo” requiere cierto entrenamiento, pero a medida que las piezas encajen con lo que sabemos que nos pasa, será un ejercicio cada vez más tangible.
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