jueves, 26 de marzo de 2009

El castigo físico a los niños



Hace unos minutos, al prender mi computadora, me encontré en la pagina principal de MSN este artículo que no quería dejar de compartir con ustedes. A ver si empezamos a enterarnos que "el chirlo a tiempo" no soluciona nada, por el contrario, solo genera desconcierto e inseguridad en nuestros hijos, y les enseñamos a solucionar los problemas con otro golpe en lugar de hacerlo mediante el diálogo y la negociación.




Darle una paliza a un niño ¿lo vuelve agresivo y desafiante?

Según investigaciones realizadas en EE.UU, darle una paliza en las nalgas a los chicos aumenta la probabilidad de que se vuelvan desafiantes y agresivos en el largo plazo.
Según investigaciones realizadas en EE.UU, darle una paliza en las nalgas a los chicos aumenta la probabilidad de que se vuelvan desafiantes y agresivos.
El castigo físico pone en riesgo a los niños y genera problemas de salud mental, comportamiento anti-social y –eventualmente- de lesiones graves, según muestra un nuevo informe elaborado por profesionales de la Universidad de Michigan.
"Hay poca evidencias e investigaciones que muestren que el castigo físico mejora, en el largo plazo, el comportamiento de los niños," concluye Elizabeth Gershoff, autora del informe y profesora asociada en la Escuela de Trabajo Social.
El informe, publicado en colaboración con el Hospital Infantil de Phoenix, ofrece una revisión sobre investigaciones empíricas acerca de las consecuencias que tiene el castigo físico en los niños.
Gershoff analizó 100 años de investigación de estudios publicados sobre el castigo físico, en particular, las palizas en las nalgas. Los resultados indican que la mayoría de los azotes son una práctica parental ineficaz en la crianza de niños tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo.
"Hay cada vez más motivación, en otros países de promulgar leyes que prohiban legalmente todas las formas de castigo físico", dijo Gershoff, cuya investigación se centra en el impacto de la violencia infantil el desarrollo de niños y adolescentes a través del tiempo.
Varios estudios recientes revelan que muchos padres aún maltratan físicamente a sus hijos, especialmente los niños de 1 y 2 años de edad. Cuando los niños llegan al 5 º grado, el 80 % ha recibido algún castigo físico.
En múltiples estudios, se ha descubierto que los azotes en las nalgas llevan a los niños a padecer de más problemas de salud mental, como ansiedad y depresión, alcohol y drogas, y un ajuste psicológico deficiente. Estos problemas también aumentan los niveles de estrés.
El informe de Gershoff indica que los castigos corporales también pueden perjudicar las relaciones entre padres e hijos. Si el niño ve a los padres como una fuente de dolor y experiencias dolorosas es algo que puede interferir con el desarrollo de la cercanía y la confianza en un niño en sus padres.
Y ¿QUÉ HACER?
Entonces, ¿cómo los padres pueden disciplinar a sus hijos? Gershoff dice que los niños se comportan mejor cuando son motivados por la alabanza o la promesa de recompensas en lugar de amenazas de castigo. Los niños necesitan la enseñanza y la orientación de los padres para que puedan aprender a tomar mejores decisiones en el futuro.
"El castigo corporal no enseñan a los niños por qué su comportamiento fue erróneo o lo que deben hacer en el futuro", según el informe.
Los resultados aparecen en "El Informe sobre el castigo físico en los Estados Unidos." (Fuente: Universidad de Michigan).
Periodismo.com

miércoles, 25 de marzo de 2009

La vuelta al trabajo

El pasado lunes tuve volver al trabajo.
Mi licencia por maternidad (a las que adosé mis vacaciones) habían terminado después de 5 meses y medio, y debido a nuestra situación económica no puedo darme el lujo de pedirme excedencia.
Así es que el lunes, con el corazón encogido, le dí un beso a mi chiquitina y me separé de ella durante un poco más de 5 horas, por primera vez desde su nacimiento.
Emma extrañó un poquito, pero en general estuvo bien.
Se queda con su papá hasta aproximadamente las 11 de la mañana, luego se queda con la chica que me ayuda en casa, que la adora, y a las 13 hs. yo ya estoy llegando.
Le doy el pecho antes de irme, y en mi ausencia su papá le da la mamadera con mi leche, que vengo juntando y guardando en el freezer desde que Emma tenía pocos días.
Puedo decir que soy afortunada: he tenido 4 meses y medio de licencia, más un mes de vacaciones, trabajo a pocas cuadras de mi casa, durante solo 6 horas, y encima estos primeros 4 meses me iré una hora más temprano, por la hora de lactancia.
Cuando Joaqui era bebé no tuve tanta suerte: tuve que dejarlo con apenas 3 meses, me iba a las 8 de la mañana y volvía a las 6 de la tarde. Llegaba para darle la teta, bañarlo y acostarlo, lo que me generaba un sentimiento de culpa tremendo.
Las licencias debieran ser más largas. No es posible que haya mamás que tengan que dejar a sus bebés en las guardarías con tan solo 45 días.
En la mayoría de los países europeos, la licencia por maternidad es de 6 meses luego del parto, y en algunos es de un año o más. Y esto no perjudica en nada la carrera profesional de las mujeres, todo lo contrario.
Les dejo un artículo de Carlos Gonzalez, sobre este tema, sobre el cual vale la pena reflexionar, y mucho...
***************** La angustia de la separación ************
Carlos González


La relación entre madre e hijo es especial; y durante los primeros años la separación es dolorosa para ambos. Bueno, no sé si la separación deja alguna vez de ser dolorosa para la madre...
¿Por qué siempre “madre e hijo”? No, no estoy olvidando el importante papel del padre, ni mucho menos participando en una obscura conspiración para mantener a las mujeres en sus casas. Para hablar con absoluta propiedad, cada niño establece una relación especial con una “figura de apego primario”. Esa figura puede ser el padre, o la abuela, o hasta la monjita del orfanato. Pero en todo caso sólo es una, y casi siempre es la madre. Como “figura de apego primario” es largo y feo, en lo sucesivo diré simplemente “madre”.
A partir de su relación con la madre, el niño establecerá más adelante otras relaciones con otras figuras de apego secundarias: padre, abuelos, hermanos, amigos, maestros, novio, compañeros de trabajo, jefes, cónyuge, hijos... Cuanto más sólida y segura es la relación con la madre, más sólidas y seguras serán las demás relaciones que el individuo establezca a lo largo de su vida.
Esta relación entre madre e hijo se mantiene por una serie de conductas de apego instintivas, tanto en una como en otro. La conducta del recién nacido es completamente instintiva, aunque con el tiempo va aprendiendo a modificarla en el sentido que marcan las pautas sociales. La conducta de la madre es en gran parte aprendida; pero por debajo siguen estando unos sólidos instintos. No cuida usted a sus hijos porque se lo hayan explicado en el curso de preparación al parto, ni porque se lo inculcaran en el colegio, ni porque lo recomienden en revistas como esta... hace millones de años, las mujeres (o lo que había antes) ya cuidaban a sus hijos, y la prueba es que todavía estamos aquí. Ningún niño puede sobrevivir si alguien no le cuida, protege y alimenta durante largos años, con infinita dedicación e infinita paciencia.
Habitualmente, las creencias, costumbres y normas sociales van en el mismo sentido que el instinto, y no hacen más que matizarlo o encauzarlo. Pero cuando las normas nos obligan a vivir en contra de nuestros instintos surge un conflicto. Si alguna vez, en el cuidado de su hijo, se ha sorprendido a sí misma pensando algo así como: “Se me parte el corazón, pero hay que hacerlo”, o “Pobrecito, qué pena da, pero es por su bien”, probablemente es que está usted luchando contra sus más íntimos deseos.
Los niños pequeños no pueden consolarse con ese tipo de razonamientos. Sencillamente, cuando su instinto va por un lado y el mundo por otro, se enfadan muchísimo.

************La reacción a la separación

Tanto la madre como el niño muestran, decíamos, una conducta de apego, una serie de actividades tendentes a mantener el contacto. La conducta de apego de la madre consiste en acercarse a su hijo, tomarlo en brazos, hablarle, hacerle carantoñas... La conducta de apego del niño, al principio, consiste en llorar y protestar. Más adelante podrá gatear o caminar hacia su madre. Funciona por el mismo mecanismo que la conducta alimentaria: cuando necesitamos comida tenemos una sensación desagradable, el hambre, que nos mueve a comer, y cuando comemos esa sensación desaparece y nos encontramos bien. Pues cuando madre e hijo se separan se sienten mal; el niño llora y la madre le busca. Cuando vuelven a encontrarse desaparece aquel malestar; madre e hijo se tranquilizan y dejan de llorar.
Cuando nuestras felices antepasadas sentían la necesidad de acercarse a su hijo, simplemente se acercaban. Probablemente sólo estaban separadas de sus hijos de forma ocasional y accidental. Aún hoy, una gran parte de las madres del mundo llevan a su hijo a la espalda durante todo el día, y luego duermen a su lado durante toda la noche. Las madres occidentales, y no sólo cuando trabajan fuera de casa, tienen muchas más oportunidades para experimentar la ansiedad de la separación. En algunos ambientes, la madre que pasa mucho rato con su hijo es criticada; se insiste en que reserve tiempo para sí misma, para su marido, para actividades sociales (en las que, por supuesto, llevar a un bebé sería de muy mal gusto). La ansiedad de la madre que debe separarse de su hijo durante unas horas, para ir al teatro o al restaurante, es un tema habitual de las telecomedias: los complejos prepativos, las inacabables instrucciones a la canguro, las llamadas telefónicas, el precipitado regreso...
La reacción del bebé, por su parte, no está en principio mediada por factores culturales. El recién nacido se comporta igual ahora que hace un millón de años. Pero los niños aprenden pronto, y adaptan su conducta a las respuestas del entorno. Por ejemplo, un bebé al que sistemáticamente se ignora, al que nadie coge en brazos cuando llora, acaba por no llorar. No es que se esté acostumbrando, ni que haya aprendido a entretenerse solo, ni que se le haya pasado el enfado; en realidad, se ha rendido, se ha dejado llevar por la desesperación.

La intensidad de la respuesta a la separación depende de muchos factores:
1.- La edad del niño. Los menores de 3 años toleran mal las separaciones; los mayores de 5 años suelen tolerarlas bien.

2.- La duración de la separación. Las separaciones prolongadas (varios días seguidos sin ver a la madre) pueden producir un grave trastorno mental, el hospitalismo (así llamado porque era frecuente en niños hospitalizados cuando no se permitían las visitas), caracterizado por depresión y desapego afectivo.
Basta con una separación muy breve para desencadenar una conducta específica (“salgo un minuto de la habitación y se pone a llorar como si le estuvieran matando”). El método habitual en psicología para valorar la relación madre hijo, alrededor del año de edad, es el llamado “test de la situación extraña”. Consiste, básicamente, en que la madre salga de la habitación en la que está con su hijo mientras éste está distraído, dejándolo en compañía de una desconocida, permanezca fuera de la habitación tres minutos, y vuelva a entrar. El niño con un apego seguro, en cuanto nota la ausencia de la madre, la busca con la mirada, se dirige hacia la puerta, con frecuencia llora. Cuando la madre vuelve a entrar la saluda, se acerca a ella, se tranquiliza rápidamente y sigue jugando. Los niños con un apego inseguro o ansioso se clasifican en dos grupos: elusivos o evitantes (parecen tranquilos mientras la madre no está, y la ignoran deliberadamente cuando vuelve, disimulando su propia ansiedad) y resistentes o ambivalentes (se alteran cuando la madre no está, pero cuando vuelve se muestran agresivos con ella y tardan mucho en volver a la normalidad).
Mucha gente confunde fatalmente los síntomas: llaman “caprichoso” o “enmadrado” al niño que tiene una relación normal con su madre, mientras que elogian al que muestra un apego ansioso elusivo: “se queda con cualquiera”, “no molesta”, “se entretiene solo”...
Una separación de sólo tres minutos ya tiene un efecto claro, y la respuesta depende de la relación previa con la madre; de si el niño está acostumbrado a que le atiendan y le hagan caso, o a que le ignoren, o a que le riñan.
Las separaciones más largas y repetidas producen una reacción más intensa. Incluso los niños con un apego seguro pueden mostrar conductas evitantes o ambivalentes cuando la madre vuelve del trabajo. Pueden ignorarla, negándole el saludo y la mirada; o bien colgarse de ella como una lapa y exigir constante atención, o incluso mostrarse agresivos. Es muy probable que alternen las tres conductas en rápida sucesión. Es importante que los padres comprendan y reconozcan que estas conductas son normales. No hay que tomárselo como algo personal, su hijo no ha dejado de quererla ni nada por el estilo. No está enfadado contra usted; está enfadado por su ausencia. Enfadarse con él, devolver el desdén con desdén o la ira con ira, intentar técnicas educativas para modificar la conducta del niño, no es más que una pérdida de tiempo. Ya que puede estar pocas horas con él, al menos dedique esas horas a prestarle atención y cariño, a demostrarle que le sigue queriendo igual aunque él esté enfadado. Tómelo en brazos, cómaselo a besos, juege con él, recarguen baterías antes de la próxima separación.

3.- La frecuencia de las separaciones. Tras una primera experiencia, el niño parece desconfiado, exige atención constante, como si vigilase a la madre temiendo que se vuelva a ir, y puede reaccionar aún peor la próxima vez.

4.- La persona que substituya a la madre. Si es alguien a quien el niño conoce bien, que le presta atención y le trata con cariño, como el padre o la abuela, el niño puede soportar bastante bien unas horas de ausencia de la madre.

5.- La calidad de la relación previa con la madre. Entre los menores de tres años, los que tienen una mejor relación con la madre son los que más parecen sufrir con la separación; en el otro extremo, los niños desatendidos hasta bordear el abandono apenas reaccionan cuando su madre se va. Un observador muy superficial puede pensar que el niño está “tranquilo”, o incluso “feliz”; en realidad, lo que ocurre es que está tan mal que ya no puede estar peor; no pierde nada cuando se va su madre, y por tanto no le importa. Por desgracia, las madres escuchan a veces consejos como “no lo cojas en brazos, no le des el pecho, no juegues tanto con él... si se acostumbra, sufrirá más cuando tengas que volver a trabajar”. Pero así el sufrimiento es mayor, y desde el primer día; lo único que disminuye es la manifestación externa de ese sufrimiento. No, al contrario, dele a su hijo todo el cariño y todo el contacto físico que pueda, durante todo el tiempo que pueda. Que tenga el mejor comienzo.
Después de los tres años, y sobre todo de los cinco, ese buen comienzo da frutos manifiestos. Son entonces los niños que habían tenido una relación más intensa con su madre, más brazos, más contacto, más juegos, los que mejor se adaptan a la separación. Porque el cariño ilimitado de los primeros años les ha dado la confianza en sí mismos y en el mundo que necesitan para iniciar el camino de la independencia. Ahora sí que están contentos en la escuela, y es verdadera felicidad y no simple apatía, una felicidad basada en la seguridad de que su madre volverá y les seguirá queriendo.

La conducta de apego (el llanto y las protestas del niño separado de su madre) tiene un valor adaptativo. Es decir, a lo largo de millones de años, ha tenido un efecto, mantener juntos a la madre y a su hijo, efecto que ha favorecido la supervivencia de los niños y por tanto de los genes que regulan dicha conducta. Cuando la conducta de apego alcanza su efecto se refuerza; es decir, se repite con mayor intensidad y frecuencia. Cuando no produce efecto se debilita y puede llegar a extinguirse. El primer día que usted vaya a trabajar, será probablemente la separación más larga de su hijo desde que nació. Hasta ahora, cuando él se encontraba solo, lloraba, y alguien aparecía en pocos minutos y le cogía en brazos; normalmente usted, a veces papá o abuela. Si el niño no se consolaba en pocos minutos con otra persona, usted siempre acaba por aparecer, tal vez tardaba media hora si había salido a comprar...
Pero hoy, haga lo que haga su hijo, usted no volverá en ocho o diez horas. En el mejor de los casos, si está con la abuela o con otra persona que le puede prestar atención exclusiva, esa persona vendra a consolarle en pocos minutos. Si está en una guardería puede llorar durante mucho rato sin que nadie le coja en brazos; la cuidadora tiene ocho niños y sólo dos brazos. Los primeros días puede que su hijo llore bastante. Pero su llanto no tiene la respuesta esperada; mamá no vuelve. El niño aprende que, en determinadas circunstancias, llorar no sirve de nada, y poco a poco deja de hacerlo. Pero eso no significa que la separación ya no le afecte; las separaciones repetidas, recuerde, producen una angustia cada vez mayor, que no se manifestará mientras la madre está ausente, sino precisamente cuando la madre vuelve. Entonces las protestas del niño sí que tienen (por fortuna) la respuesta esperada.
Dicho de otro modo: el niño puede estar bastante tranquilo en la guardería, o con la abuela. Puede estar incluso, si tiene suficiente edad, contento y activo, jugando y riendo. Pero cuando vuelve a ver a su madre rompe a llorar, se le echa encima, se pega a sus faldas, grita, le exige brazos, se enfada con ella, le pega, vuelve a llorar... Lo que se suele llamar “ponerse muy pesado”.
Como de costumbre, algunas personas lo entienden todo al revés. Si en la guardería estuvo jugando, es que no le pasa nada. Y si, no pasándole nada, luego se pone a llorar, es que tiene cuento o hace teatro. Y si hace teatro precisamente con su madre es porque ésta se deja tomar el pelo y no sabe imponer disciplina, y él pretende hacer que se sienta mal, castigarla por haberse ido.
¿Qué debería hacer entonces el pobre niño para demostrar que sí que le pasa algo, que no es comedia? ¿Pasarse seis, ocho o diez horas seguidas llorando en la guardería? Por favor, nadie puede hacer eso, por grande que sea su dolor. Imagínese que acude al funeral de un buen amigo. Seguro que pasa un rato muy triste, y en algún momento busca el contacto de un amigo común, se abrazan y lloran. Pero al cabo de unas horas estará tomando un café, tal vez con ese mismo amigo común, y hablarán de cosas sin importancia, y sonreirá, y esa misma noche cenará y verá la tele, y al día siguiente irá a trabajar como si nada, y nadie en el trabajo sabrá que viene usted de un funeral, y alguien contará un chiste, y usted se reirá. ¿Significa eso que no le pasa nada, que su dolor no era sincero, que sólo hacía comedia? Pero no hace falta recurrir a ejemplos tan extremos, pues también la madre sufre cuando se separa de su hijo pequeño. ¿Acaso no se le partió el corazón cuando lo dejó por la mañana? ¿No ha pensado varias veces en él, qué hará, cómo estará, habrá llorado mucho? ¿No ha venido lo antes posible a recogerlo? Y, sin embargo, ¿no ha pasado la mañana trabajando normalmente, disimulando su dolor, hablando con la gente, sonriendo? Pues su hijo ha hecho lo mismo.

No es raro que el niño llore más a medida que va creciendo. A los 5 meses estaba tranquilo en la guardería, y tranquilo en casa. A los 14 meses llora cada mañana porque no quiere ir, y pasa las tardes de muy mal humor. Por un lado, como dijimos, la repetición de las separaciones aumenta la angustia. Pero, sobre todo, el niño de 5 meses no puede sentarse, no puede hablar, no puede gatear... sus posibilidades de expresar la angustia son menores, pero eso no significa que esté menos angustiado.
A veces, este cambio es relativamente brusco. Un niño que parecía bien adaptado a la guardería de pronto se resiste con uñas y dientes tras las vacaciones de Navidad o de verano. Creo que en estos casos influyen dos factores: por un lado, la relación con su madre ha mejorado mucho en esas semanas; ha sido tan feliz en su compañía que ahora la pérdida es más evidente. Por otro lado, los niños pequeños no comprenden muy bien eso de las vacaciones. Simplemente, se había acostumbrado a aceptar algo como inevitable, Mamá siempre se va a trabajar, y de pronto ve que no es inevitable. “Si la semana pasada se quedó conmigo, ¿por qué no puede quedarse también esta semana?”.

*********** Con quién dejaré a mi hijo

Si la madre tiene que ausentarse, para ir a trabajar o simplemente para ir a comprar el pan, alguien tendrá que substituirla (es muy peligroso dejar a un bebé o a un niño pequeño solo en una casa, aunque sea poco rato). ¿Qué características debería cumplir esa persona?
1.- Alguien que pueda dedicarle al niño tanto tiempo como le dedica la madre. Por supuesto que la madre no le dedica cada minuto de su tiempo: va al lavabo, habla por teléfono, prepara la comida... Pero cuando el bebé está despierto, pasa mucho rato mirándole a los ojos, diciéndole cosas, tocándole, cantándole... y también mucho rato saludándole desde lejos, diciéndole alguna cosa al pasar para mantener el contacto. Si el niño llora, la madre puede acudir en pocos minutos (a veces, en pocos segundos), y dejar cualquier otra cosa para tenerlo en brazos todo el tiempo que haga falta. La persona que la substituya, ¿tendrá tiempo material para hacer lo mismo?
2.- Alguien a quien el niño conozca. El padre es ideal, y la abuela (o el abuelo, que cada vez están más espabilados) u otros familiares también suelen serlo, si han tenido suficiente contacto previo con su hijo. Pero los niños no sienten “la llamada de la sangre”; si nunca ha visto a su abuela, es tan desconocida como cualquier otra persona.
Muchas madres intentan acostumbrar a su hijo a los biberones una semanas antes de volver al trabajo. Es un esfuerzo inútil, que suele conducir a la frustración (¿por qué iba a aceptar un biberón, si está allí el pecho de su madre?). No pierda el tiempo con eso; lo realmente importante es acostumbrarlo a la persona que le cuidará. Si va a ser la abuela, que venga o vayan a visitarla casi cada día. Si va a contratar a una cuidadora que venga a casa, contrátela con un par de semanas de antelación. Si va a llevarlo a la guardería, vaya con su hijo las últimas semanas.
Vaya con su hijo; esa es la clave. No estamos hablando de dejarlo solo con la canguro o en la guardería, y volver al cabo de una hora, y otro día al cabo de dos horas... Eso tal vez sea un poco mejor que dejarlo ocho horas de golpe; pero muy poco mejor. Lo que está haciendo en realidad es adelantar la separación en dos semanas, y desperdiciando parte del precioso tiempo que aún le queda para estar juntos.
No. Se trata de que la canguro venga a casa y estén las dos con su hijo, o de que vaya usted a la guardería y permanezca allí con él una o dos horas. Si su hijo conoce a la nueva cuidadora, o el nuevo ambiente de la guardería, precisamente cuando más angustiado está porque se ha separado de usted, es probable que asocie esas sensaciones desagradables al nuevo lugar o a las nuevas personas. Vamos, que les cogerá manía. En cambio, las personas y lugares a las que conoció en momentos de felicidad (es decir, estando con usted) le traen recuerdos agradables que le ayudan a soportar la separación. Y también se abre camino en su cabecita una vaga idea de que “esta señora es amiga de Mamá, puedo confiar en ella”.
Es posible que aún queden guarderías en que no permitan la entrada de la madre. En mi opinión, la negativa a que la madre entre en la clase en cualquier momento que ella elija, y permanezca junto a su hijo durante todo el tiempo que ella desee, sería motivo suficiente para empezar a buscar otra guardería.
3.- Alguien estable. No es bueno que un niño pequeño pase de mano en mano. Tanto las abuelas como las guarderías suelen cumplir este requisito de estabilidad; pero si contrata a una canguro, asegúrese de que realmente piensa dedicarse durante años a cuidar de su hijo, y no está simplemente buscando un empleo de verano.
4.- Alguien en quien pueda confiar plenamente. Que trate a su hijo con cariño y respeto, que jamás le haga daño. Del padre, de los abuelos, de los tíos, usted ya sabe, por experiencia de años, qué puede esperar. Pero dejar a su hijo en manos de una desconocida requiere un acto de fe, y este es otro motivo por el que conviene que no sólo su hijo, sino usted misma, conozca a esas personas durante un par de semanas, y valore durante horas su conducta hacia el bebé. Por desgracia, de vez en cuando se descubren casos de malos tratos o abusos sexuales. No tenga miedo a parecer obsesiva o desconfiada; tiene usted todo el derecho del mundo a desconfiar, a pedir referencias, a hablar largo y tendido con esa persona y “examinarla” (“¿crees que es bueno cogerlos en brazos?” “¿qué harás cuando llore?” “¿y si no quiere la papilla?”). Al fin y al cabo, le está usted confiando su bien más preciado, su propio hijo, y en el momento en que es más vulnerable. Si no se atreve a dejarle a esa persona las llaves de su casa, las llaves de su coche o su tarjeta de crédito, ¿cómo se atreve a dejarle a su hijo?
La persona que cuide a su hijo debe tener también la madurez y experiencia necesarias. Una adolescente puede ser adecuada para hacer compañía a un niño de seis años mientras usted va al cine; pero cuidar a un bebé no es lo mismo.

******* Las opciones en la práctica

1.- Abuelos y otros familiares. Deben tener, por supuesto, ganas de encargarse de su hijo, y salud y fuerza suficiente para hacerlo. A veces vemos abuelas auténticamente explotadas, la palabra es dura pero real.
En el otro extremo, algunas madres podrían dejar a su hijo con un familiar deseoso de cuidarlo, pero no se atreven por temor a parecer “aprovechadas”. En algunos casos, una forma de superar esta situación es pagar por el cuidado de su hijo, como pagaría si lo llevase a la guardería. Así puede obtener una buena atención para su hijo sin sentir que se aprovecha, y al mismo tiempo puede ayudar económicamente a unos abuelos con una pensión escasa o a una hermana en paro sin ofenderles.

2.- Alguien que venga a casa a cuidar a su hijo. Puede ser una amiga o conocida que necesite un trabajo. Para buscar a una profesional, una buena opción es a través de una guardería. Allí van las estudiantes de puericultura a hacer prácticas, y pueden recomendarle a alguna.

3.- Llevar a su hijo a casa de otra persona. En ocasiones, tres o cuatro amigas con niños de edades similares se ponen de acuerdo, una cuida a todos los niños mientras las otras trabajan, y comparten sus ganancias. En algunos países, los gobiernos facilitan y subvencionan estos arreglos. En España, algunos ayuntamientos, como el de Sant Feliu de Guixols, promueven un servicio de cuidadoras de niños, haciendo cursos de formación y dando a las cuidadoras un diploma.

4.- Llevar a su hijo a una guardería. En el momento actual, esta suele ser la opción menos recomendable, pues por desgracia la legislación española permite ocho niños menores de un año por cuidadora, y muchos más después del año, lo que es absolutamente incompatible con una atención adecuada. Incluso una persona cariñosa, experimentada y dedicada no tendrá tiempo material para cuidar a ocho bebés. Sólo en darles de comer y cambiar pañales se le pasará casi todo el tiempo. En Estados Unidos, la ley sólo permite cuatro niños por cuidadora, y muchos expertos consideran que eso es excesivo y que debería reducirse a tres.
El problema, por supuesto, es económico. Las guarderías no se inventaron para satisfacer una necesidad de los niños, sino una necesidad del sistema capitalista, que necesita el trabajo de los padres para mantener niveles de producción y consumo adecuados, y por tanto algo hay que hacer con los niños. En Bielorrusia, donde las madres disfrutan de una licencia de maternidad de tres años (recuerdo del sistema comunista), no hay guarderías. ¿Quién iba a querer instalar una?
Por lo tanto, el razonamiento no ha sido: “los niños necesitan tanto espacio, tantas cuidadoras, tantos materiales... todo esto cuesta tanto dinero, vamos a ver de dónde lo sacamos”, sino al revés: “disponemos de tanto dinero, vamos a ver para qué nos llega”. Y la cantidad de dinero disponible es sólo, por definición, una pequeña parte de lo que gana la madre, porque si no no le saldría a cuenta ir a trabajar. Y en nuestra sociedad las madres suelen ganar menos que los padres. Así que sólo llega para grupos sobrecargados a cargo de cuidadoras mal pagadas (las puericultoras de la guardería deberían ganar más que los profesores de universidad, puesto que están haciendo un trabajo más difícil, más delicado y más importante).
Esta aberración se extiende por toda la sociedad, contribuyendo a desprestigiar el cuidado de los niños: La hora de faenas domésticas se paga mejor que la hora de cuidado de niños (qué es más importante, ¿que le dejen el suelo bien limpio o que atiendan bien a su hijo de un año?). La madre que toma la costosa (pues no cobra) decisión de dedicarse plenamente a cuidar a sus hijos durante meses o años no es más que una “maruja”, y muchos en su entorno se asombran o se compadecen de ella porque “no hace nada” o “renuncia a su carrera”. En cambio, la que trabaja fuera de casa “se realiza”, sea cual sea ese trabajo: escribir a máquina durante horas, meter sardinas en una lata o incluso cuidar a ocho bebés en una guardería.
Si necesita llevar a su hijo a una guardería, visite varias y compruebe cuántos niños hay en cada una, cómo les tratan, el carácter y la simpatía de las señoritas, si dejan entrar a la madre... Si trabaja lejos de casa, si tiene que pasar cada dia una hora en el tren o el autobús, le conviene una guardería cercana a su lugar de trabajo: así puede estar una hora más con su hijo al ir, y otra al volver, y tal vez incluso visitarle a la hora del bocadillo.

************* Cómo recuperar lo perdido

Ofrézcale a su hijo todo el cariño, el contacto físico y la atención que pueda durante todo el tiempo que pueda, por las tardes y en los fines de semana. Acepte su conducta como normal, reconozca que sus llantos, protestas y exigencias no son “caprichos” ni indicios de malcriamiento, sino pruebas de amor.
Muchos bebés parecen iniciar espontánemente un programa de “reducción de daños”. Mientras su madre no está, se pasan casi todo el rato durmiendo y no comen nada o casi nada, ni siquiera aceptan la leche que su madre se sacó y les dejó en la nevera. Luego pasan la tarde y la noche en danza y enganchados a la teta. Es agotador, pero al mismo tiempo un gran consuelo para la madre, que piensa “es como si no me hubiera ido, no me echó de menos porque estaba durmiendo”. Muchas madres que trabajan deciden meterse al niño en la cama por la noche; es la manera más fácil de satisfacer las necesidades de pecho y contacto de su hijo, y al mismo tiempo dormir lo suficiente para poder mantener la cordura. Recuerde, el meollo de la conducta de apego, lo que su hijo instintivamente necesita, es su presencia. Incluso una madre dormida le sirve, al menos por la noche. Ya ha tenido la tarde para mirarle a los ojos, hablarle, jugar con él... ahora puede dormir tranquila, que su hijo ya se tranquilizará solito cuando se despierte y la vea a su lado.

Bibliografía:
Bowlby J. Child Care and the Growth of Love. 2ª ed. Penguin Books, London, 1990 (no sé si existe traducción)
Small MF. Nuestros hijos y nosotros, Javier Vergara editor, Barcelona 2000
Jackson D. Three in a bed, the benefits of sleeping with your baby. Bloombsbury Publishing, London, 1999 (existe traducción en Mexico, creo, “tres en la cama”, a ver si localizáis la cita)


martes, 17 de marzo de 2009

Presentación del nuevo libro de Laura Gutman y fragmento


La anorexia

Cuando la furia emocional nos desborda -especialmente si somos aún muy jóvenes-, y cuando no logramos desplegar nuestras alas sometidas al deseo omnipresente de nuestra madre, creemos que seremos capaces de rechazarla a través de otras entidades nutricias, como por ejemplo, el alimento. Así es como iniciamos esta guerra de deseos. Si ganamos esa batalla, nos sentimos poderosas. No comer, ser capaces de decir “no”, no tentarse, no tener hambre, no necesitar del otro, es el trofeo alcanzado. Eso se llama anorexia.

Alcanzamos la ilusión de estar demostrándole a nuestra madre que no la necesitamos y que podremos sobrevivir sin ella. Aunque en el fondo estemos desesperadas de amor materno. Es evidente que el problema no reside en el hecho de no comer, sino que la anorexia es la herramienta ideal contra la invasión del deseo ajeno. Por eso es ridículo que nos obliguen a comer o que controlen cuánto alimento ingerimos, ya que en esos casos reaparece una “entidad externa” con un deseo bien definido que pretende anular el nuestro. Ninguna anoréxica “desearía” comer más. Al contrario. No comer nos permite imponer nuestro deseo y eso nos otorga seguridad. Mientras no comamos, estamos orgullosas de estar ganando la batalla.
Admitamos que visto de este modo, quizás no haya nada más “saludable” para la anoréxica, que cerrar la boca. No conocemos otra manera de defendernos. Si lo supiéramos, no nos dejaríamos morir de hambre.

Que actualmente esta respuesta de la conciencia tenga un nombre y que ahora todos acordemos que se llama anorexia, no significa gran cosa. Porque creemos que hay una enfermedad allá afuera que es la culpable. Desviamos la culpa en la moda, en las imágenes exageradamente delgadas de las modelos, en los talles pequeños de la ropa y en la imagen distorsionada del cuerpo femenino.
En cambio, si ahora somos madres de hijas adolescentes o jóvenes que encuentran en la anorexia el modo desesperado de gritarnos lo que necesitan, rindámosles al menos un homenaje por haber llegado hasta aquí, todavía con las ganas intactas de ser sí mismas. Y preguntémosles qué necesitan de nosotras hoy, aquí y ahora. Dejemos de controlarlas. Pero eso no significa que continuemos ignorándolas. Emprendamos el recorrido que la anorexia se merece: el camino de la comprensión y la aceptación de los deseos ajenos. El camino del amor. El camino de regreso a casa.


Fragmentos del libro “La Revolución de las Madres”

sábado, 14 de marzo de 2009

La frustración innecesaria en la infancia

Artículo de Yolanda González


Vivimos en una Sociedad, donde desde la más tierna infancia, se nos enseña a soportar la frustración.


Existe la creencia generalizada, de que si no hay frustración marcada por los adultos, los bebés y los niños-as, no logran tener ningún límite a su demanda (“perversos polimorfos”) y como consecuencia, devienen en sujetos anti-sociales y no adaptados.


Hemos aceptado, que la vida es dura y cruel. Y nuestros hijos deben prepararse para afrontarla cuanto antes. Es por ésto, que desde que son bebés, recibimos consejos permanentes sobre cómo evitar que nuestros hijos se malcrien: "No lo cojas en brazos" "No atiendas a su llanto, que primero te piden la mano y luego te toman el brazo". "No transijas, pues se subirán a las barbas". Tantos y tantos tópicos, con el único objetivo de que esos bebés, ávidos de contacto epidérmico, de mirada amorosa, de empatía profunda, vayan aprendiendo a través de la frialdad, a ser "Duros", que no fuertes.


Poco a poco, la sociedad nos transmite que debemos acorazarnos. Con una coraza rígida e insensible ante el dolor de los otros "porque la vida es así". Poco a poco, nos distanciamos de nuestro instinto protector, y de nuestro sentido común, para ser máquinas que responden al sistema, con sumisión. Aceptamos las normas, aunque sean irracionales, y formamos parte del engranaje.


¿Qué hemos olvidado? ¿Qué confundimos cuando hablamos de límites, educación, autoridad, frustración...?.


Olvidamos que ese bebé y ese niño, tiene una innata capacidad, para SENTIR mejor que nosotros-as cuáles son sus necesidades más imperiosas. Olvidamos que, siguiendo a manuales o recomendaciones que dinamitan el sentido común (el más escaso de los sentidos), violentamos el proceso natural de autonomía y auto-estima, que se forma tan sólo desde el respeto a sus necesidades básicas. Tan sólo una respuesta sensible y empática a sus necesidades primarias, garantiza un desarrollo psicoafectivo saludable.


JAMAS, debemos de frustrar las necesidades afectivas. ¿ A quién le ha hecho daño un abrazo, una mirada cálida o una presencia en los momentos de mayor necesidad? A quién le hace daño el amor?


Confundimos la frustración de necesidades culturales, con la frustración de las necesidades afectivas. La única frustración saludable, es la que frena el sinsentido del consumismo.


Consumismo de la Tv. no constructiva. De los dulces excesivos. Sabemos que comprar y comprar, tapona en pequeños y mayores, grandes lagunas y ausencias afectivas. Y la sociedad no limita, sino fomenta estas necesidades vacías.


Estas y no las otras, son las necesidades secundarias o culturales que debemos aprender con inteligencia y amor, a limitar.


Muchos pediatras, autores, vecinos, cuestionan la lactancia natural prolongada. Y la justifican desde psicologizaciones y teorizacíones, sin ningún fundamento. Sin ningún seguimiento práctico y directo de bebés, que de forma sólida, permita realizar dichas afirmaciones. Y en los casos que se acompañan de observación, lo observado responde generalmente a lo "normal" y estadístico para la sociedad actual , ignorando y desconociendo lo que pudiera ser "lo sano". Intentan imponer con sus criterios, lo que hace la mayoría, sin cuestionar, si esos criterios generan felicidad o infelicidad, salud o normalidad.


Frustrar la necesidad del pecho a demanda y la necesidad de la lactancia prolongada (en los casos que así se decida, o en su defecto un biberón dado con contacto y amor) , es negarnos una experiencia esencial en la vida:


Porque, conocer el placer y el amor, es la mejor prevención de trastornos psicosomáticos posteriores. Permitir que el bebé, explore cuáles son sus necesidades y que el medio se las posibilite, es lo que crea confianza y seguridad en la vida.


Es lo que posibilita el vínculo. El apego seguro.


Los padres, y el profesorado están a veces muy desorientados con tanto bombardeo informativo y contradictorio.


Es por ello muy importante, desarrollar la capacidad de empatizar con nuestros bebés ya desde el embarazo, para que el continuum de relación, ese " hilo mágico" como me gusta llamarlo y que algunos padres y madres percibimos desde el nacimiento hasta la autonomía de nuestros hijos, sea el mejor antídoto ante tantas influencias nefastas en el desarrollo saludable de la primera infancia.-


Ese "hilo mágico", se llama VINCULO, y su base es la confianza, la seguridad y sobre todo el AMOR, del bueno.

miércoles, 11 de marzo de 2009

Porqué usamos pañales de tela


A pesar de que en Argentina, cuando uno habla de pañales de tela la gente se imagina chiripas y bombachitas de goma, en el mundo entero los pañales de tela han cambiado.

Ahora los hay de diferentes tipos: con inserts o de bolsillo, todo en uno, de dos piezas, de tres piezas. De diferentes colores y motivos: lisos o estampados. De una sola talla que se van agrandando con boches a presión, o de diferentes talles dependiendo del peso del niño.

Nosotros ya llevamos dos meses usando pañales de tela, y la verdad, es que estamos felices con la decisión.

Tal vez sea solo cuestión de pieles, pero Joaqui, con los mejores descartables del mercado, vivía con dermatitis, mientras que Emma, con pañales de tela, no ha tenido hasta ahora ni una sola paspadura.

Es cierto que hay que cambiarlos más seguido que con los descartables, pero eso también tiene sus beneficios: mi hija siempre está con la cola limpia. A quien le gustaría estar con una toallita sucia durante 12 horas? Seamos honestas, nosotras ni para dormir dejamos pasar más de 8 horas con la misma toallita... Y esa es la misma cantidad de horas, aproximadamente, que me dura un pañal de tela durante la noche.

Es cierto que a veces hay algún desborde, pero también tenía desbordes con los pañales descartables, así que no puedo echar la culpa a la tela, sino más bien a que no lo coloqué correctamente, o que hizo demasiado pis en poco tiempo.

Por otra parte, además de ser ecológicos (les aconsejo leer este artículo de Crianza Natural) son preciosos. Mi niña ya no necesita bombachudos, porque tiene un pañal de cada color para combinar con cada vestidito.

Son unitalla, así que aunque me costó un dineral importarlos, tengo pañal para al menos 2 años, así que no solo lo amortizo, sino que ahorro. Y no solo ahora, sino también a futuro, ya que si decidimos tener otro hijo, estos mismos pañales me serviran también para el tercero.

Algunos me cargan porque "le hacen demasiada cola". En esto también veo una ventaja: cuando empiece a caminar y darse los primeros porrazos, tendrá mas acolchado el culete para las caídas!

Y lavarlos es una pavada. Solos los enjuago con agua caliente, y si tiene caca la saco con un cepillito (ahora que hace cacas blandas, cuando empiece a comer solo tendré que tirarlas al inodoro) y los voy juntando en un balde con agua con un poquito de jabón. Día por medio hago un lavado de pañales en el lavarropas, con poco polvo de lavar (y del mas barato, sin aditivos de ningún tipo), un poquito de bicarbonato y un chorrito de vinagre blanco en el enjuague. Secarlos al sol termina de blanquearlos. Y cuando se los vuelvo a poner, otra vez estan como nuevos.

Ese es nuestro granito de arena para un medio ambiente más sano.

jueves, 5 de marzo de 2009

Newsletter de Laura Gutman del mes de Marzo


El mismo miedo


Es muy extraño que actualmente sólo podamos imaginar los partos como si fueran “situaciones riesgosas”. Es por eso que recurrimos a “especialistas” en tecnología, poco entrenados para sostener un encuentro humano y sin conocimientos para hacer preguntas adecuadas e íntimas. El motor de las decisiones suele ser el miedo. En consecuencia cada parturienta queda al servicio de las rutinas hospitalarias, en lugar de que el personal asistente esté al servicio de la parturienta. Un verdadero despropósito.

Que los partos se produzcan en las clínicas y hospitales trae consigo una contradicción insoslayable: para tratar todas las enfermedades y accidentes se requiere que los médicos y paramédicos “hagamos algo, y rápido”. En cambio, para asistir a una parturienta, lo ideal sería “no hacer casi nada y esperar”. Por lo tanto, la lógica de parir y nacer en instituciones médicas es difícil de explicar.

Consideremos que hemos dejado de respetar el tiempo. El parto es una demostración más de que las mujeres necesitamos comprender la dinámica del tiempo, sin confrontarlo ni manipularlo, porque lo único que logramos es quedar “fuera de nuestro tiempo” interno. Sólo cuando comprendamos que el parto sucederá cuando tenga que suceder, las intervenciones innecesarias caerán en desuso.

Tomemos en cuenta que si la escena del nacimiento es hostil, si somos mal tratadas, si parimos enchufadas a cables y atragantadas de medicamentos, si nos desconectamos al punto de despersonalizarnos para no sufrir; recibiremos a nuestros hijos en pésimas condiciones físicas y emocionales. Las primeras experiencias de esos niños serán desgarradoras y el futuro, incierto. En cambio si pretendemos convertirnos en una sociedad más madura, más rica, más culta y más pacífica, comencemos por el inicio: hagamos la revolución en las salas de parto. Trasformemos cada nacimiento en una semilla de amor. Informémonos. Hablemos entre nosotras. Contemos la verdad. Pidamos ayuda. Organicémonos. Acerquémonos parturientas y profesionales para saber que compartimos el mismo miedo y la misma ignorancia. No nos hagamos las distraídas porque el cambio depende de cada una de nosotras, las mujeres.

miércoles, 4 de marzo de 2009

Las mujeres que dan el pecho son menos propensas a descuidar a los niños


Investigadores australianos sugieren que la hormona liberada durante el acto refuerza el vínculo maternal
(FUENTE: Baylor College of Medicine, news release, Jan. 26, 2009)
LUNES, 26 de enero (HealthDay News/Dr. Tango) --
Las madres que dan el pecho son menos propensas a descuidar a los niños, informan investigadores australianos.En su estudio, los científicos dieron seguimiento a 7,223 mujeres australianas y a su hijos durante 15 años y hallaron que mientras más amamantaba una madre a sus hijos, menor era el riesgo de negligencia.
Las madres que daban el pecho menos de cuatro meses eran el doble de propensas a descuidar a sus hijos que las que lo hacían por cuatro meses o más. Las mujeres que no daban el pecho eran 3.8 veces más propensas a descuidar a sus hijos que las madres que lo hacían durante al menos cuatro meses.
Incluso tras ajustar otros factores, como el estatus socioeconómico, el abuso de sustancias y la depresión, los investigadores encontraron una fuerte relación entre dar el pecho y la atención materna.
Los hallazgos aparecen en la edición de febrero de Pediatrics.
Una investigación previa sugiere que la lactancia materna podría ayudar a crear un fuerte vínculo entre madre e hijo, señaló la autora principal del estudio, la Dra. Lane Strathearn, profesora asistente de pediatría del Colegio Baylor de Medicina y del Hospital Infantil de Texas, en un comunicado de prensa de Baylor.
"La oxitocina es una hormona crítica que se produce durante la lactancia materna que promueve y refuerza el comportamiento materno. Los estudios en animales demuestran que esta hormona es crítica en el inicio del comportamiento maternal en los animales", dijo Strathearn. "Es posible que la lactancia materna estimule la producción de oxitocina en el cerebro, ayudando a desarrollar un fuerte vínculo entre la madre y su bebé. También, los factores que ayudan a moldear el desarrollo del sistema de la oxitocina en el cerebro podrían predisponer para dar el pecho y cuidar al bebé de manera exitosa".
"Fomentar la lactancia materna podría ser una forma sencilla y rentable de fortalecer la relación entre la madre y su bebé. Brindar apoyo económico y social a las nuevas madres para que se queden en casa con sus bebés podría ayudar a lograr este objetivo. El simple hecho de que las mujeres tengan licencia por maternidad tan limitadas les impide fortalecer esta relación", dijo Strathearn.
"La negligencia materna representa una anomalía fundamental en la relación entre una madre y su hijo, ya que la madre no le ofrece los cuidados físicos y emocionales que necesita para su óptimo desarrollo. La lactancia materna podría ser una forma sencilla de apoyar la relación entre madre e hijo y de reducir el riesgo de negligencia a largo plazo".
http://healthfinder.gov/

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