martes, 24 de abril de 2012

Un año


Ayer Maite cumplió un año.

Un año de ser mamá de tres.

Un año de mi segundo parto en casa.

Un año de mi primer parto en el agua.

Un año de un parto doloroso y gozoso a la vez, con casi 48 de preparto, y mucho cansancio.

Un año más de lactancia (ya van 7 casi ininterrumpidos, si contamos desde Joaqui).

Un año más de crianza en brazos y apego.

Un año de colecho ininterrumpido.

Un año viendo crecer a mi chiquitina, preguntandome muchos veces si acá habremos cerrado nuestro circulo familiar, o si el destino nos deparará alguna sorpresa...

Gracias mi chinita por este año maravilloso juntas.

Te amo!!

domingo, 1 de abril de 2012

Newsletter Laura Gutman Abril 2012


Abuso Materno: El niño como fruto codiciado
Si no hemos sido suficientemente amados ni nutridos por nuestra madre…creceremos con la esperanza permanente de que alguien nos alimente. A medida que vamos encarando relaciones personales durante la juventud o adultez, funcionarán siempre y cuando el otro satisfaga nuestras necesidades infantiles no satisfechas en el pasado, valga la redundancia. Por ejemplo, me enamoré de Fulano porque me daba seguridad. Me gustó Mengana porque yo era lo más importante en su vida. Esta ilusión, basada en que el otro se va a convertir en una Madre Dadora, suele ser el pulso básico en la mayoría de las relaciones afectivas. ¿Por qué? Porque todos nosotros provenimos de lamentables infancias de carencias diversas. La cosa se complica cuando nace un niño. Si a ese niño le ha tocado una madre como cualquiera de nosotras, es decir, alguien que necesita alimentarse de amor y que padece hambre emocional, ese niño será el bocado perfecto. La criatura aparece cuando las demás personas (pareja, amigos/as, familiares) ya no están dispuestos a seguir respondiendo a nuestras demandas insaciables. Se van. Trabajan. Hacen su vida. ¿De quien podemos nutrirnos entonces? De nuestro/a hijo/a, claro. El niño no puede escapar. ¿a dónde va a ir?. Si las madres precisamos que nuestro hijo nos mire, nos admire, nos dé la razón, nos cuide, nos proteja, nos justifique, nos comprenda y nos haga sentir orgullosas…la criatura, por supuesto, lo hará. Ya que no hay nada más importante en la vida de un niño pequeño, que su madre.

Este es el mayor drama, a mi juicio. El niño -que debería llegar al mundo para ser protegido y amparado por nosotras, sus madres- apenas sea capaz, se verá obligado a proteger nuestros aspectos más infantiles. ¿Cómo lo sabemos? Evoquemos nuestras infancias. Es muy probable que recordemos con lujo de detalles los anhelos de mamá, las preocupaciones de mamá, las quejas de mamá, los sueños inalcanzables de mamá. ¿qué recordamos de nosotros mismos? Casi nada. O aquello que mamá ha dicho respecto a nuestras conductas. Si mamá sufría, si mamá no tenía plata, si papá le pegaba, si a mamá la engañaban, si a mamá la habían criado las monjas, si la abuela paterna era una bruja, si papá no la dejaba trabajar; o bien, si mamá tenía que trabajar mucho, si nunca tenía tiempo para nosotros, si se sacrificaba, si viajaba, si su vida era muy dura, si había tenido un aborto, si sufría depresiones, si estaba enferma….quedaba establecido que nosotros teníamos que apoyarla. ¿Cuál era el problema? Que hemos crecido en un ámbito en el cual no pudimos desplegar nuestros propios deseos, porque los de mamá inundaron todo el espacio disponible.

Este panorama, suele ser similar tanto si se trata de hijos varones como de hijas mujeres. Estamos hablando de abuso emocional materno. El abuso materno suele ser invisible y confuso. Es preciso reconocer si hemos sido succionados por nuestra madre, para comprender los niveles de desvitalización, sometimiento, falta de vocación o distancia respecto a nuestras potencialidades. Y para registrar la dimensión de nuestro hambre emocional y saber si estamos devorando a un otro.

Laura Gutman.

Si usted quiere leer y reenviar el artículo en inglés, haga clic aquí

LinkWithin

Related Posts with Thumbnails