GRACIAS CHRIS!!!
El nacimiento de Michelle
Mi parto fue un poco atípico (si bien cada parto es especial), no fue un parto en casa y tampoco fue un parto muy intervenido. Fue un compromiso entre mis deseos más profundos y una situación inesperada. Me permitió conocer los dos lados del espejo: la realidad de los hospitales y la realidad humana de parir con consciencia, las imposiciones absurdas de un sistema que esperemos colapsará y la fuerza vital de profesionales increíbles que sí saben que parir es nacer. Espero no se cansen con los detalles médicos, pero hablar de mi parto es también una oportunidad para denunciar prácticas médicas inadecuadas.
Fue un parto rápido si bien podría decir que duró 10 días: con 34 semanas y 3 días, el 14 de septiembre, empecé un trabajo de parto que por suerte pudimos detener. Con 2 cm de dilatación, el cuello borrado, y la beba muy baja, empecé un tratamiento con un inhibidor uterino, el Ritopar que me volvió loca por el miedo que me daban los efectos secundarios. De paso las volví locas tanto a Raquel que se preocupó por mí en cada momento como a Edith que no ahorró tiempo ni charlas para convencerme de que tenía que bancármelo. Me retó, me tranquilizó, me contuvo, una verdadera madre… Así me mantuve en reposo esperando aguantar hasta la fecha en que sí, podría nacer mi hija en casa. Mientras tanto, descubría cuán irracionales pueden ser los médicos… Sentía la cabeza de Michelle en mi pelvis en cada momento; le pedí a mi doctora que se me hiciera una ecografía para evaluar mejor la edad gestacional del bebé; no le pareció trascendente mi pedido pero accedió: pero implicaba volver a desplazarme otro día ya que no se consideraba lo mío como una urgencia… Al día siguiente, sosteniendo mi panza como si fuese un huevito de cristal, echándome sobre las sillas de la sala de espera, estuve esperando una hora hasta que la ecografista aceptó con bronca atenderme con mi “sobreturno”. Cuando vio donde estaba colocada mi bebé, le agarró un ataque de pánico: que estaba por nacer, que tenía que ir a la guardia etc. Con lo cual me preocupé muchísimo y fui corriendo a lo de Edith : ¡estaba todo igual!
Después de otro episodio de pánico, tomé la decisión: reposo, nada de salida, remedio, vida sana, Valium para descansar y paz…
Durante esos 10 días tuve contracciones suaves ininterrumpidas: de 1 a 3 por hora, las habría disfrutado muchísimo si no hubiera tenido que luchar contra ellas.
En fin, el 23 de septiembre a las 22hs, o sea una semana después de dicha ecografía, recibo una llamada de mi obstetra: me dice que recibió los resultados de la ecografía, que tengo muy poco líquido amniótico y que tengo que ir al día siguiente a hacerme un monitoreo. Me quedé muy sorprendida y después de hablarlo con Edith, vuelvo a llamar a mi obstetra para decirle que no me parece que tal estudio merezca que yo tome el riesgo de levantarme y viajar hasta el hospital, y menos una semana después de que se haya hecho la ecografía. Sigue una charla bastante tensa que me deja molesta; decido pedirle un control a Edith al día siguiente.
Pero a la hora y media, algo que intuía se revela: el Ritopar dejó de funcionar y ya mi bebé va a nacer. Escucho un ruido impresionante, como un “cloc” y siento un golpe en la pelvis. Me acuerdo del relato de Lorena y estoy segura que ya está. Llamo a Sergio, que ya estaba acostumbrado a que lo llamara seguido desde mi cama… así que me dice que espere un poco y le digo que no, ¡que voy a parir! Rompí bolsa, si bien salió poco líquido por la cabeza de la bebé que está tan baja. Son las 23h30 y llamo a Edith mientras Sergio en pánico arma el bolso que nos rehusamos en hacer desde hace días. Estoy muy tranquila, me había preparado a esta posibilidad y ya las cosas se me están escapando, entonces tengo que dejar que fluyan. Edith llega en seguida y efectivamente tengo 6 cm de dilatación. Ya salimos, el perro en pánico, yo con contracciones muy fuertes, y Sergio recuperando de a poco la calma. Edith se despide, y como ya se lo dije, su amor me ayudó muchísimo; me llevé sus últimas palabras conmigo en el corazón, así estaría menos sola. Me dijo que, al llegar al hospital, suelte todo, que largue todo, después de todos esos días reteniendo. Me besó la mano y nos fuimos.
Me adentré, cerré los ojos y salvo unas interrupciones ajenas, los volví a abrir realmente en la sala de parto. Acostada en el auto, empecé a gritar como nunca grité, el dolor era violento y las contracciones cada vez más cercanas. Llegamos al Hospital a las 0h30, me acercaron una silla de ruedas y me senté: la chica quería que me sentara un poco más así o asá y la miré con cara de odio, con lo cual se calló y me llevó hacia la sala de trabajo: dos metros por tres y una enorme cama. Sergio llegó en seguida y me agarré de él todo el tiempo. Grité, me desnudé, me acuclillé en el piso, sobre la cama, subí, bajé, salté, apreté el cuerpo de Sergio con toda mi fuerza, con mis uñas, con ganas de morder y grité una y otra vez, dije cuanto me dolía, atravesada por un dolor tan violento que recuerdo haber pensado que nunca podría soportar eso otra vez, que me iba a morir. Descubrí que este dolor era todavía más insoportable para el cuerpo médico. Cuando me quejé del dolor, mi obstetra me dijo : “ Es lo que quisiste”. Pensándolo después, creo que era una forma de defenderse del dolor que ella se sentía obligada a aliviar cuando yo no se lo permitía. Un médico tiene que aliviar los sufrimientos de sus pacientes, y en lo general no está preparado para sostener sin intervenir. Me hicieron montones de tactos (escuché por lo menos 3 números: 7 8 9), me ofrecieron con ingenuidad una bata pero yo quería estar desnuda, respetaron mi pedido de no tener suero, nada de antibiótico por las dudas, hasta que llegó un momento en que mi obstetra dijo algo como: “sin anestesia se pone más largo”, algo absurdo pero resonó la palabra: “más largo” y ya no daba más con el dolor y lo tengo que confesar, pedí la epidural… Mirada atónita de Sergio… Él me dice que ya está, que se está terminando, y tiene razón, pero en realidad estoy atemorizada. El anestesista ya llegó, ¡están tan contentos! Pero, hablando en términos de deontología, ¿les parece correcto aplicar una peridural en una mujer que llegó a una dilatación completa en un proceso rapidísimo? Ahí me salvó Nati: pensé en ella, pensé que ella había parido dos veces sin anestesia, y que no me podría perdonar eso nunca, así que rechacé la epidural y, acuclillada sobre la camilla, ya tenía ganas de pujar. Tenía un miedo terrible y si bien quería parir “parada como una diosa”, me sentía incapaz de hacer eso sola, así que me sometí a la única ayuda disponible: mi obstetra y la partera de guardia y me llevaron a la sala de parto que en realidad es un quirófano. Acostada, las piernas levantadas, me sentí tan débil, tan agotada que obedecí: pujé cuando me decían, entregada por el miedo, y un poco enojada conmigo misma. En los 5 minutos que duró el expulsivo, lograron hacerme un masaje del periné y apretar mi panza, y nada más. No hubo episiotomía, no hubo desgarro. Sergio me dice que sale, que está la cabeza, pero no le creo, convencida que eso no es posible… Paz. Salió. 1h40. No lo registré. Acá está mi beba sobre mi cuerpo, apenas gimiendo. Para mí es todavía un momento perdido, perdido en una imposibilidad de representarme la realidad: no puede ser… Cuando sale la placenta, pienso: ¡Ah sí! ¡Ahora me acuerdo que fue por este mismo camino que salió mi bebé! Era como sí antes de que naciera Michelle, el camino que ella recorrió no existía, no tenía representación. Y después, lo reconocí: es real, ella salió de mi cuerpo… La obstetra me muestra la placenta y la bolsa: me emocionó ver el lugar de nuestra convivencia y me pareció hermoso, pero ya se habían llevado a mi beba (a pesar de que había pedido que me la dejaran para hacer los controles) mientras no había tenido tiempo de nada. Sergio se fue con ella. Y a mí me tiraron toneladas de desinfectante en la vulva; igual no me importaba más nada, sentía tal alivio, y finalmente orgullo de haber sobrellevado el dolor, de haber vivido esa fuerza vital: se lo debo a Raquel; sin ella, no habría podido vivenciar tales emociones. El miedo, el dolor no fueron nada traumáticos, fueron iniciáticos y para mí necesarios para construirme como mamá. Hubiera sido muy grave para mí no sentir nada, no sólo porque fue el acontecimiento más importante de mi vida, sino porque me crié según modelos de control y anestesia de las emociones. Echada sobre la camilla en el pasillo, me piden mi apellido, nombre, número de DNI… Muy absurdo… Espero… Descanso… Y por fin llega Sergio con Michelle. Está vestidita y sólo después me dí cuenta de la frustración que fue no tenerla piel a piel durante horas. Igual me la pasé mirándola, tan emocionada que las palabras nunca las encontraré para describir eso. Me hundí en su cara, sus ojitos hinchados, su pequeñez tan conmovedora y le agradecí a su padre haber creído en mi capacidad de ser madre.
Salvo la admiración que suscité en algunas enfermeras (yo era la que no tuvo anestesia y no toma analgésicos), lo que siguió fue un acoso de parte del equipo médico, y mejor no volver a hablar de eso. Sólo decir que al fin de un largo día de conflictos con los médicos y en particular el neonatólogo jefe de sala que me amenazó constantemente por mis tomas de decisión (vitamina K por vía oral, parto sin antibióticos… y en fin mucho ruido en un hospital donde las mujeres paren en silencio y sin sudor) , logramos obtener el respeto que todos deberían exigir : tocar la puerta antes de entrar, no despertarme a mí ni a la bebé para los controles, limitar las repeticiones inútiles de controles.
Finalmente huimos el 26 de septiembre para encontrarnos con nuestra hija en el lugar que ahora es suyo: nuestra casa.
¿Por qué fue todo así? ¿Tan caótico y veloz? ¿Por qué se adelantó tanto el parto? No encuentro respuestas, sólo sé que me sirvió la experiencia para comprobar lo que me decían de las rutinas dañinas de los hospitales, para reforzar mis convicciones, y para comprobar que la consciencia de los derechos que uno tiene es la mejor arma para cambiar el sistema: dentro de todo, respetaron la mayoría de mis pedidos, y eso seguramente gracias a gente como María José que se enfrentó con ellos unos meses atrás, demostrándoles que la ley está de nuestro lado. Espero que mi parto haya servido también para abrir algunas consciencias. Gracias a Raquel y Edith, gracias a mis compañeras del ACE, compañeras de lucha, gracias a mi pareja que me defendió constantemente y gracias a mi hija por ser tan maravillosa.
Fue un parto rápido si bien podría decir que duró 10 días: con 34 semanas y 3 días, el 14 de septiembre, empecé un trabajo de parto que por suerte pudimos detener. Con 2 cm de dilatación, el cuello borrado, y la beba muy baja, empecé un tratamiento con un inhibidor uterino, el Ritopar que me volvió loca por el miedo que me daban los efectos secundarios. De paso las volví locas tanto a Raquel que se preocupó por mí en cada momento como a Edith que no ahorró tiempo ni charlas para convencerme de que tenía que bancármelo. Me retó, me tranquilizó, me contuvo, una verdadera madre… Así me mantuve en reposo esperando aguantar hasta la fecha en que sí, podría nacer mi hija en casa. Mientras tanto, descubría cuán irracionales pueden ser los médicos… Sentía la cabeza de Michelle en mi pelvis en cada momento; le pedí a mi doctora que se me hiciera una ecografía para evaluar mejor la edad gestacional del bebé; no le pareció trascendente mi pedido pero accedió: pero implicaba volver a desplazarme otro día ya que no se consideraba lo mío como una urgencia… Al día siguiente, sosteniendo mi panza como si fuese un huevito de cristal, echándome sobre las sillas de la sala de espera, estuve esperando una hora hasta que la ecografista aceptó con bronca atenderme con mi “sobreturno”. Cuando vio donde estaba colocada mi bebé, le agarró un ataque de pánico: que estaba por nacer, que tenía que ir a la guardia etc. Con lo cual me preocupé muchísimo y fui corriendo a lo de Edith : ¡estaba todo igual!
Después de otro episodio de pánico, tomé la decisión: reposo, nada de salida, remedio, vida sana, Valium para descansar y paz…
Durante esos 10 días tuve contracciones suaves ininterrumpidas: de 1 a 3 por hora, las habría disfrutado muchísimo si no hubiera tenido que luchar contra ellas.
En fin, el 23 de septiembre a las 22hs, o sea una semana después de dicha ecografía, recibo una llamada de mi obstetra: me dice que recibió los resultados de la ecografía, que tengo muy poco líquido amniótico y que tengo que ir al día siguiente a hacerme un monitoreo. Me quedé muy sorprendida y después de hablarlo con Edith, vuelvo a llamar a mi obstetra para decirle que no me parece que tal estudio merezca que yo tome el riesgo de levantarme y viajar hasta el hospital, y menos una semana después de que se haya hecho la ecografía. Sigue una charla bastante tensa que me deja molesta; decido pedirle un control a Edith al día siguiente.
Pero a la hora y media, algo que intuía se revela: el Ritopar dejó de funcionar y ya mi bebé va a nacer. Escucho un ruido impresionante, como un “cloc” y siento un golpe en la pelvis. Me acuerdo del relato de Lorena y estoy segura que ya está. Llamo a Sergio, que ya estaba acostumbrado a que lo llamara seguido desde mi cama… así que me dice que espere un poco y le digo que no, ¡que voy a parir! Rompí bolsa, si bien salió poco líquido por la cabeza de la bebé que está tan baja. Son las 23h30 y llamo a Edith mientras Sergio en pánico arma el bolso que nos rehusamos en hacer desde hace días. Estoy muy tranquila, me había preparado a esta posibilidad y ya las cosas se me están escapando, entonces tengo que dejar que fluyan. Edith llega en seguida y efectivamente tengo 6 cm de dilatación. Ya salimos, el perro en pánico, yo con contracciones muy fuertes, y Sergio recuperando de a poco la calma. Edith se despide, y como ya se lo dije, su amor me ayudó muchísimo; me llevé sus últimas palabras conmigo en el corazón, así estaría menos sola. Me dijo que, al llegar al hospital, suelte todo, que largue todo, después de todos esos días reteniendo. Me besó la mano y nos fuimos.
Me adentré, cerré los ojos y salvo unas interrupciones ajenas, los volví a abrir realmente en la sala de parto. Acostada en el auto, empecé a gritar como nunca grité, el dolor era violento y las contracciones cada vez más cercanas. Llegamos al Hospital a las 0h30, me acercaron una silla de ruedas y me senté: la chica quería que me sentara un poco más así o asá y la miré con cara de odio, con lo cual se calló y me llevó hacia la sala de trabajo: dos metros por tres y una enorme cama. Sergio llegó en seguida y me agarré de él todo el tiempo. Grité, me desnudé, me acuclillé en el piso, sobre la cama, subí, bajé, salté, apreté el cuerpo de Sergio con toda mi fuerza, con mis uñas, con ganas de morder y grité una y otra vez, dije cuanto me dolía, atravesada por un dolor tan violento que recuerdo haber pensado que nunca podría soportar eso otra vez, que me iba a morir. Descubrí que este dolor era todavía más insoportable para el cuerpo médico. Cuando me quejé del dolor, mi obstetra me dijo : “ Es lo que quisiste”. Pensándolo después, creo que era una forma de defenderse del dolor que ella se sentía obligada a aliviar cuando yo no se lo permitía. Un médico tiene que aliviar los sufrimientos de sus pacientes, y en lo general no está preparado para sostener sin intervenir. Me hicieron montones de tactos (escuché por lo menos 3 números: 7 8 9), me ofrecieron con ingenuidad una bata pero yo quería estar desnuda, respetaron mi pedido de no tener suero, nada de antibiótico por las dudas, hasta que llegó un momento en que mi obstetra dijo algo como: “sin anestesia se pone más largo”, algo absurdo pero resonó la palabra: “más largo” y ya no daba más con el dolor y lo tengo que confesar, pedí la epidural… Mirada atónita de Sergio… Él me dice que ya está, que se está terminando, y tiene razón, pero en realidad estoy atemorizada. El anestesista ya llegó, ¡están tan contentos! Pero, hablando en términos de deontología, ¿les parece correcto aplicar una peridural en una mujer que llegó a una dilatación completa en un proceso rapidísimo? Ahí me salvó Nati: pensé en ella, pensé que ella había parido dos veces sin anestesia, y que no me podría perdonar eso nunca, así que rechacé la epidural y, acuclillada sobre la camilla, ya tenía ganas de pujar. Tenía un miedo terrible y si bien quería parir “parada como una diosa”, me sentía incapaz de hacer eso sola, así que me sometí a la única ayuda disponible: mi obstetra y la partera de guardia y me llevaron a la sala de parto que en realidad es un quirófano. Acostada, las piernas levantadas, me sentí tan débil, tan agotada que obedecí: pujé cuando me decían, entregada por el miedo, y un poco enojada conmigo misma. En los 5 minutos que duró el expulsivo, lograron hacerme un masaje del periné y apretar mi panza, y nada más. No hubo episiotomía, no hubo desgarro. Sergio me dice que sale, que está la cabeza, pero no le creo, convencida que eso no es posible… Paz. Salió. 1h40. No lo registré. Acá está mi beba sobre mi cuerpo, apenas gimiendo. Para mí es todavía un momento perdido, perdido en una imposibilidad de representarme la realidad: no puede ser… Cuando sale la placenta, pienso: ¡Ah sí! ¡Ahora me acuerdo que fue por este mismo camino que salió mi bebé! Era como sí antes de que naciera Michelle, el camino que ella recorrió no existía, no tenía representación. Y después, lo reconocí: es real, ella salió de mi cuerpo… La obstetra me muestra la placenta y la bolsa: me emocionó ver el lugar de nuestra convivencia y me pareció hermoso, pero ya se habían llevado a mi beba (a pesar de que había pedido que me la dejaran para hacer los controles) mientras no había tenido tiempo de nada. Sergio se fue con ella. Y a mí me tiraron toneladas de desinfectante en la vulva; igual no me importaba más nada, sentía tal alivio, y finalmente orgullo de haber sobrellevado el dolor, de haber vivido esa fuerza vital: se lo debo a Raquel; sin ella, no habría podido vivenciar tales emociones. El miedo, el dolor no fueron nada traumáticos, fueron iniciáticos y para mí necesarios para construirme como mamá. Hubiera sido muy grave para mí no sentir nada, no sólo porque fue el acontecimiento más importante de mi vida, sino porque me crié según modelos de control y anestesia de las emociones. Echada sobre la camilla en el pasillo, me piden mi apellido, nombre, número de DNI… Muy absurdo… Espero… Descanso… Y por fin llega Sergio con Michelle. Está vestidita y sólo después me dí cuenta de la frustración que fue no tenerla piel a piel durante horas. Igual me la pasé mirándola, tan emocionada que las palabras nunca las encontraré para describir eso. Me hundí en su cara, sus ojitos hinchados, su pequeñez tan conmovedora y le agradecí a su padre haber creído en mi capacidad de ser madre.
Salvo la admiración que suscité en algunas enfermeras (yo era la que no tuvo anestesia y no toma analgésicos), lo que siguió fue un acoso de parte del equipo médico, y mejor no volver a hablar de eso. Sólo decir que al fin de un largo día de conflictos con los médicos y en particular el neonatólogo jefe de sala que me amenazó constantemente por mis tomas de decisión (vitamina K por vía oral, parto sin antibióticos… y en fin mucho ruido en un hospital donde las mujeres paren en silencio y sin sudor) , logramos obtener el respeto que todos deberían exigir : tocar la puerta antes de entrar, no despertarme a mí ni a la bebé para los controles, limitar las repeticiones inútiles de controles.
Finalmente huimos el 26 de septiembre para encontrarnos con nuestra hija en el lugar que ahora es suyo: nuestra casa.
¿Por qué fue todo así? ¿Tan caótico y veloz? ¿Por qué se adelantó tanto el parto? No encuentro respuestas, sólo sé que me sirvió la experiencia para comprobar lo que me decían de las rutinas dañinas de los hospitales, para reforzar mis convicciones, y para comprobar que la consciencia de los derechos que uno tiene es la mejor arma para cambiar el sistema: dentro de todo, respetaron la mayoría de mis pedidos, y eso seguramente gracias a gente como María José que se enfrentó con ellos unos meses atrás, demostrándoles que la ley está de nuestro lado. Espero que mi parto haya servido también para abrir algunas consciencias. Gracias a Raquel y Edith, gracias a mis compañeras del ACE, compañeras de lucha, gracias a mi pareja que me defendió constantemente y gracias a mi hija por ser tan maravillosa.
4 comentarios:
Guau! no lo había leído... hermoso relato. Gracias Chris!
nati
es muy emocionante leer los relatos de parto!! cada uno diferente, pero tan iguales en un punto...
espero verlas pronto, las extraño!!!
guau!!acbo de leer este hermoso relato y no me puedo resitir decirte que me encanta y que tienes un blog hermoso y del que ya soy seguidora!
y por ultimo pedirte que pases por el mio que esta recien abierto:
http://naceundeseo.blogspot.com/
os mando besos desde España!
Hermoso! cuantra fuerza, cuanta desicion, coraje y AMOR! hermoso relato..GRACIAS!
Fernanda
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