Iniciamos nuestra búsqueda de lo salvaje en nuestra infancia o en la edad adulta porque, en medio de algún denodado esfuerzo, intuimos la cercanía de una presencia salvaje y protectora. Quizá descubrimos sus huellas en la nieve reciente de un sueño. O bien observamos en nuestra psique una rama quebrada aquí o allá, unas piedras removidas, con la húmeda parte inferior boca arriba, y comprendimos que algo sagrado había pasado por nuestro camino. Percibimos en lo más hondo de nuestra psique el susurro lejano de un aliento conocido, notamos unos temblores en el suelo y comprendimos que algo poderoso, alguien importante, la salvaje libertad que llevábamos dentro, se había puesto en marcha.
No pudimos apartarnos de todo aquello sino que más bien lo seguimos y, de esta manera, aprendimos a saltar, correr y seguir como una sombra todas las cosas que atravesaban nuestro territorio psíquico. Empezamos a seguir como una sombra a la Mujer Salvaje y, a cambio, ella empezó a seguirnos amorosamente a nosotras. Aullaba y nosotras tratábamos de contestarle, antes incluso de recordar su lenguaje, antes incluso de saber exactamente con quién estábamos hablando. Y ella nos esperaba y nos animaba. Éste es el milagro de la naturaleza salvaje e instintiva. Sin tener pleno conocimiento de lo que ocurría, lo sabíamos. Sin verlo, comprendíamos la existencia de una prodigiosa y amorosa fuerza más allá de los límites del simple ego.
(...)
Las cosas que han perdido las mujeres a lo largo de muchos siglos las pueden volver a recuperar siguiendo las sombras que arrojan. Y ya le puedes poner una vela a la Virgen de Guadalupe, pues los tesoros perdidos y robados siguen arrojando sombras sobre nuestros sueños nocturnos y nuestras ensoñaciones diurnas y también sobre los antiugos cuentos, la poesía y cualquier momento de inspiración. Las mujeres de todo el mundo -tu madre, la mía, tu y yo, tu hermana, tu amiga, nuestras hijas, todas las tribus de mujeres que todavía no conocemos- soñamos con lo que hemos perdido, con lo que surgirá del inconsciente. Todas soñamos lo mismo en todo el mundo. Nunca nos quedamos sin el mapa. Nunca estamos las unas sin las otras. Permanecemos unidas a través de nuestros sueños.
Los sueños son compensatorios, son un espejo del inconsciente profundo en el que se refleja lo que se ha perdido y lo que todavía se tiene que corregir y equilibrar. Por medio de los sueños el inconsciente produce constantemente imágenes que nos enseñan. Por consiguiente, como el legendario continente perdido, la tierra salvaje de los sueños surge de nuestros cuerpos dormidos envuelta en un vapor que se extiende por todas partes y crea una patria protectora por encima de todas nosotras. Éste es el continente de nuestra sabiduría. La tierra de nuestro Yo.
Y eso es lo que soñamos: soñamos con el arquetipo de la Mujer Salvaje, soñamos con la reunión. Y cada día nacemos y renacemos de este sueño y su energía nos ayuda a crear a lo largo de toda la jornada. Nacemos y renacemos noche tras noche de este mismo sueño salvaje y regresamos a la luz del día agarradas a un áspero pelo, con las plantas de los pies ennegrecidas por la húmeda tierra y el cabello oliendo a océano, o a bosque, o a fuego de hoguera.
Desde esta tierra pasamos a vestirnos con la ropa del día, de la vida cotidiana. Abandonamos aquel lugar salvaje para sentarnos delante del ordenador, de la cazuela, de la ventana, del profesor, del libro, del cliente. Arrojamos el aliento de lo salvaje sobre nuestra labor empresarial, las creaciones de nuestro negocio, nuestras decisiones, nuestro arte, la obra de nuestras manos y de nuestros corazones, nuestra política y nuestra espiritualidad, nuestros planes, nuestra vida hogareña, la educación, la industria, los asuntos exteriores, las libertades, los derechos y los deberes. Lo salvaje femenino no sólo se puede sostener en todos los mundos sino que sostiene los mundos.
Reconozcámoslo. Nosotras las mujeres estamos construyendo una madre patria; cada una con su propia parcela de terreno arrancada de los sueñoñs nocturnos o de un día de trabajo. Y extendemos poco a poco esta parcela en círculos cada vez más amplios. Algún día será una tierra ininterrumpida, una tierra resucitada procedente del país de los muertos. El Mundo de la Madre, el mundo materno psíquico, coexistirá con todos los demás mundos en condiciones de igualdad. Y lo estamos creando con nuestras vidas, nuestros gritos, nuestras risas y nuestros huesos. Es un mundo que merece la pena crear y en el que merece la pena vivir, un mundo en el que predomina una honrada y salvaje sensatez.
Extraído de:
Mujeres que corren con los lobos
Clarissa Pinkola Estés
Ediciones B, S.A. 2001
Capítulo 15: La sombra: El canto hondo
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