miércoles, 19 de noviembre de 2008

Sexualidad y maternidad reciente, texto de LG

A raíz de una post que se dio en el foro de Familia Natural sobre la sexualidad luego de ser madres, decidí poner este artículo de Laura Gutman, y que para mí, luego del nacimiento de Joaqui, resultó revelador.




Sexualidad y maternidad reciente


Sabemos que el cuerpo tarda en reacomodarse después del embarazo y el parto...pero suponemos que pronto todo volverá a “ser como antes”. La mayor sorpresa irrumpe cuando el deseo sexual no aparece como estábamos acostumbradas. Nos sentimos culpables, sobre todo cuando el obstetra nos da el “permiso” para reanudar las relaciones sexuales para alegría del varón que con cara de satisfacción nos guiña el ojo susurrándonos al oído: “ya no tenés excusas”.

Pero el cuerpo no responde. La libido está desplazada hacia los pechos donde se desarrolla la actividad sexual constante, tanto de día como de noche. El agotamiento es total. Las sensaciones afectivas y corporales se tornan muy sensibles y la piel parece un fino cristal que necesita ser tocado con extrema delicadeza. El tiempo se prolonga, cualquier ruido es demasiado agobiante y nos fusionamos en las sensaciones del bebé, es decir, en la vivencia de nadar en un océano inmenso y desconocido.

Tenemos la decisión intelectual de responder a las demandas lógicas del varón, de satisfacerlo y de reencontrarlo. Pero no funciona, a menos que nos desconectemos de las sensaciones íntimas y verdaderas ( para lo cual muchas de nosotras estamos bien entrenadas). Normalmente estamos tan poco conectadas con nuestra sexualidad profunda y femenina, que navegamos fácilmente en el deseo del otro, en parte con el afán de complacer y también para ser querida. Así nos alejamos de nuestra esencia y así nos acostumbramos a sentir según los parámetros de otro cuerpo, de otro género. Nos desorientamos ante el desconocimiento de nuestras propias reglas regidas por una feminidad que pasa desapercibida en la profundidad de nuestro ser esencial. Es esa esencia del alma femenina que explota con la aparición del hijo y sobre todo con el vínculo fusional que se establece entre el bebé y la mujer florecida.

A qué nos obliga la indudable presencia del niño?. A que ambos, varón y mujer, nos conectemos con la parte femenina de nuestra esencia y de nuestra sexualidad, que es sutil, lenta, sensible, hecha de caricias y abrazos. Es una sexualidad que no necesita penetración ni despliegue corporal; al contrario, prefiere tacto, oído, olfato, tiempo, palabras dulces, encuentro, música, risa, masajes y besos.
En esa tonalidad no hay riesgo, porque no lastima el alma femenina fusionada. No hay propósitos, incluso a veces no hay orgasmos, ya que lo que importa es el encuentro amoroso y humano. Hay comprensión y acompañamiento sobre la realidad física y emocional por la que atraviesa fundamentalmente la mujer con un niño en brazos. En este sentido es importante percibir que el niño está siempre en brazos de su madre, aunque materialmente esté durmiendo en su cuna, es decir que participa emocionalmente en el encuentro amoroso entre sus padres. Por eso es indispensable que sea suave, susurrante y acogedor.

La aparición del hijo nos da la oportunidad de registrar y desarrollar por primera vez las modalidades femeninas que tanto hombres como mujeres conservamos como parte de nuestros funcionamientos sociales, afectivos y por supuesto sexuales. Dicho de otro modo: sin objetivos, sin obligación de llegar al orgasmo, sin demostración de destrezas físicas... simplemente podemos descubrir esas otras “maneras femeninas” que enriquecerán nuestra vida sexual futura, porque integramos aspectos que desconocíamos de nosotros mismos.

Todas las mujeres deseamos abrazos prolongados, besos apasionados, masajes en la espalda, conversaciones, miradas, calor y disponibilidad del varón. Pero el malentendido que genera cualquier acercamiento físico que pueda ser interpretado como invitación al acto sexual con penetración obligatoria, induce a la mujer a distanciarse de antemano para protegerse y a rechazar cualquier gesto cariñoso, ahondando el desconcierto del varón ante el aparente desamor.

Por eso es imprescindible que feminicemos la sexualidad, varones y mujeres, durante el período de la fusión emocional entre la madre y el niño, es decir alrededor de los dos primeros años. Esto nos permite gozar, y al mismo tiempo explorar capacidades de comunicación y afecto que en otras circunstancias no hubiéramos desarrollado. El sexo puede ser mucho más pleno, más tierno y completo si nos damos cuenta que llegó la hora de descubrir el universo femenino, la redondez de los cuerpos y la sensibilidad pura.
Acariciémonos hasta morir! Permitámonos que los coitos sean muchísimo más elevados que las meras penetraciones vaginales que logran el título de “relaciones sexuales completas”!, como si el goce se limitara a tan esquemáticas prácticas.

Creo que hay una lucha cultural entre lo que todos creemos que es correcto y lo que nos pasa. A las mujeres nos pasa que no podemos hacer el amor como antes, y a los varones les pasa que se enojan, se angustian y se alejan. En lugar de estar ambos involucrados en esto que nos pasa como tríada (bebé incluido).


Por otra parte, quizás algunas mujeres reconozcamos por primera vez el calor de la sexualidad femenina, que además de la excitación corporal incluye una intensa conciencia sensorial. A veces desconocemos los ritmos naturalmente femeninos y nos esforzamos por pertenecer a una modernidad donde no se le presta atención a las sensaciones más íntimas. La sexualidad necesita de vez en cuando la visita de criaturas fantásticas, hadas y duendes que despierten con su varita mágica los deseos ardientes del alma de las mujeres para que el sexo derrame amor y fantasía.

En esas ocasiones tenemos la sospecha de que el sexo es sagrado y sensual: sucede cuando una brisa recorre el cuerpo físico, producida por un beso, una palabra amorosa, un chiste, una mirada llena de deseo. En esos precisos momentos nos estremecemos al sentirnos amadas y rejuvenecemos en pocos segundos en un auténtico estallido de vida y pasión.


Laura Gutman

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